02 mayo 2020

LOS LIBROS EN LAS BIOGRAFÍAS


En la breves biografías que acompañan a ciertas solicitudes de trabajo o las que hacemos para que corran en la redes solemos señalar el lugar y fecha de nacimiento, la familia, los estudios, la trayectoria laboral, aquellas actividades más sobresalientes que hemos desempeñado... Eso suele ser lo más común. Y está bien. Todo eso y la manera misma de presentar nuestra autobiografía dicen quién somos.
Pero hay otra cosa que nos define más todavía: nuestras lecturas. Nunca sabremos hasta qué punto somos lo que hemos leído. Pero es evidente que también somos lo que hemos leído.
El lector de verdad no suele ser lector de un solo género. Se alimenta de lecturas muy diferentes incluso dentro de los libros del mismo género. Pero, además,  a lo largo de su vida de lector se ha ido asomando a ventanas muy diferentes. Precisamente lo que hacen los libros es abrirnos perspectivas muy diferentes que nos llevan a pensar y a vernos de manera más compleja. Cualquier lectura nos impulsa a contrastar lo que nos dice con lo que hemos descubierto ya en otros autores.
Lo más determinante, no obstante, no es leer muchos libros, sino leer mucho en cada libro. Pero normalmente lo que se llega a absorber en una lectura depende también de lecturas previas repensadas y contrastadas.
Se puede leer por muchos motivos, desde divertirse o matar el aburrimiento de una espera, hasta hacerlo por afán de reflexionar o de saber sobre determinado  tema. En este sentido, cualquier libro, incluso los más insustaciales nos moldean. Porque, no nos engañemos, no todos los libros son buenos. A veces los libros pueden ser el peor enemigo del lector. Se publica tanto que hay que ser selectivo para no perderse en laberintos inútiles que no llevan a ninguna parte. Cualquier libro los leído de alguna manera antes de abrirlo en el sentido de que acudimos a él con ciertas ideas preconcebidas que nos hemos formado de antemano a través de un amigo que  nos lo aconseja, a través de su mismo diseño y presentación, a través de la llamada de su cubierta o del texto de su contracubierta, o porque nos llega con el vitola de calidad, por el prestigio de la editorial en el que se publica o por la firma de la crítica que nos ha llevado hasta él. Todo eso normalmente ayuda, pero cada uno debe valorar las aportaciones que le hace personalmente.  
De una manera u otra nuestros pensamientos, la visión que tenemos de la realidad, se han aquilatado en el fuego de los libros que hemos leído. Muchas páginas de texto se queman enseguida y quedan como cenizas en el olvido. En cambio hay otros libros que nos hacen, nos construyen. Cuánta verdad hay en esta frase que me he encontrado repetidamente: “Quien lee no está haciendo algo; se está haciendo alguien.”
Los que han leído suelen tener una consistencia que no se ve  en quienes no leen. Por esta razón no sería mala idea exponer en la propia biografía lo que uno ha leído. Eso también nos define.   

16 enero 2020

FILOSOFÍA VIVA. Ecofilosofía como árbol de la vida. H. Skolimowski

Continúa persistiendo la mentalidad de que la literatura infantil y juvenil es puramente entretenimiento y que, por tanto, es ajena a las corrientes de pensamiento que mueven o sacuden a la sociedad. Por fortuna, esto va cambiando. Los críticos cada vez ponen más el foco en los contenidos que se trasmiten, lo que no quita que valoren los resortes literarios y la capacidad de atrapar al lector. Por ese motivo, quienes escribimos para niños estamos cada vez más atentos a las corrientes de pensamiento. Una muestra puede ser nuestro interés por la ecología a acercarnos a trabajos como este del filósofo polaco H Skolimowski: Filosofía viva.

La ecología es una cuestión política crucial en nuestra época siempre que  no se reduzca el ecologismo a ideología. Hay que asumir la ecología desde una perspectiva que incluya todos los aspectos de la vida.
Albert Schweitzer fue uno de los pensadores del siglo XX que ya había advertido que la supervivencia y la prosperidad de nuestra civilización dependen de que se tenga una correcta visión del mundo: “Debemos reconocer sin falta que la raíz de todas las catástrofes y desgracias que nos aquejan es que carecemos de una adecuada visión del mundo.”
Respondiendo a esta demanda, la ecofilosofía, cuyo pensador más notable es el filósofo polaco Henryk Skolimowski, parte del supuesto de que nuestra cosmología no sólo determina nuestra imagen del universo físico, sino también el sentido de nuestras acciones. Según él, el núcleo de la crisis planetaria es consecuencia de las limitaciones de la cosmología mecanicista que nos rige, con su deficiente y restrictivo modo de interpretar la naturaleza. Necesitamos una actitud reverente hacia la naturaleza y hacia toda forma de vida. La pretensión de este libro es ofrecer una visión del mundo que abarca desde la cosmología hasta la conciencia, como fundamento para restaurar nuestra civilización.
Ahora bien, transformar la conciencia humana de la visión preponderantemente mecanicista y tecnológica en otra más humana requerirá un esfuerzo extraordinario. Pero sólo una nueva conciencia permitirá poner en marcha nuevas acciones, pues actuamos en el universo según lo interpretamos.
Skolimowski arremete contra el relativismo moral que, a su parecer, “está devorando la sustancia del individuo”. Aunque esta visión cuenta con el apoyo de personas racionales e inteligentes, él lo ve como una huida y una cobardía. Para él  no todo es opinión ni todo vale. “La acción nos produce tal embriaguez que a veces pensamos que es la única cosa de valor. Pero la acción solo adquiere sentido cuando actúa en un plano más profundo.”
   El árbol del que habla en el subtítulo le sirve al autor de metáfora. La civilización humana crece y seguirá creciendo –no se manifiesta especialmente pesimista- si va hundiendo sus raíces cada vez más profundamente en la tierra.

11 diciembre 2019

70.000 PÁGINAS LEÍDAS


Empecé esta web hace 5 años. Creo. Me ayudaron –mi habilidad digital sigue necesitando ayuda- a colocar en ella algo de lo referente a mi trabajo literario para información del posible curioso que se asomara a esa ventana. Ahí está mi discreto retrato profesional. Pero sobre todo quería hablar de una de las pasiones que no se me ha ido con los años: leer. Tampoco se me ha esfumado la afición al ciclismo pero esto ya no lo veo tan indispensable para vivir humanamente. Leer, en cambio, sí. En alguna medida, se vive como se lee. Mi intención era escribir solamente sobre la lectura en alguno de sus muchos aspectos. Hablar de mi mismo no tiene interés para nadie. Lo hubiera tenido tal vez para mi madre pero, desgraciadamente ya falleció. Pues bien, de vez en cuando he ido haciendo breves reflexiones sobre lo que significa leer y sus consecuencias. No son artículos eruditos, aunque trato de que sean bien informados, sino más bien existenciales y ocasionales. En realidad, lo que me gustaría sería trasmitir la pasión por la lectura porque abre caminos al pensamiento libre y fundamentado. El pensamiento libre desinformado corre demasiado. Lo que cada uno lea dependerá de muchas circunstancias, comenzando por los idiomas en los que es capaz de leer. Pero el que lee asiduamente poco a poco va afinando más en los criterios para afrontar la vida; desecha los libros insulsos y se va acercando a los que le ofrecen visiones más ricas de la vida y de las personas.
Lo que nunca pude imaginar era que el 10 de  diciembre de 2019 el ordenador, que todo lo contabiliza, me decía que se habían leído 70.000 páginas de esta web. La información sobre el número de personas que han accedido a esas pocas decenas de entradas sobre la lectura no aparece. Naturalmente serán muchas menos porque los más curiosos seguramente habrán leído más de una página. Esto me lleva a una reflexión sobre algo que veo corroborado con otros datos: que la lectura -al menos la lectura de libros-, al haberse hecho algo problemático, se ha convertido en un polo de atención. He observado que tal vez nunca como ahora han aparecido tantos libros que estudian la historia de la lectura y su función en la sociedad actual.  La lectura, según reiteradas reflexiones, está ligada a la pervivencia de la democracia.
A la vuelta de estos años en que he ido manteniendo a medio gas esta web no me fecilito de su calidad, evidentemente mejorable, sino de haber dado en el clavo en escoger un tema de evidente trascendencia. De otra manera no hubiera tenido tantos visitantes. No conozco el rostro de ninguno de ellos pero les agradezco la visita. Sospecho que tenemos la misma preocupación.    

12 septiembre 2019

LA LECTURA, UN CAMINO


Leyendo Un home de paraula (La Magrana), un libro de Imma Monsó, encuentro una idea recurrente porque me permite referirme a un aspecto muy significativo de la lectura.
El personaje Jakob Magnus, después de realizar una acción que aquí no viene a cuento y que podría haber sido otra, acaba haciéndose la reflexión de que, después de ir pelando la cebolla, ha descubierto que la misma envoltura era la cebolla.
Esta es un excelente metáfora de la lectura: El lector se mete en un texto buscando por  capas lo que puede haber dentro. El mismo texto se lo va prometiendo continuamente. Cada nuevo descubrimiento le remite a otro que vendrá.
Cuando ya se ha recorrido todo el camino, o sea, cuando el lector ha levantado todas las capas una a una, se da cuenta de que precisamente lo que prometía la lectura era precisamente ese viaje.
El placer y el conocimiento solo se le concede y se le desvela al que ha hecho todo el camino.

10 abril 2019

LA LECTURA Y LA MÚSICA DE LA FE


Acabo de publicar un nuevo libro titulado La música de la fe. Que no deje de sonar. (Ed. Claret) No es de narrativa. Es una reflexión sobre la transmisión entre generaciones. En concreto la de mis convicciones religiosas.
Eso se hace normalmente cuando uno, en su trayecto biográfico, tiene más camino recorrido que el que me queda por hacer. Es normal que me detenga ahora a mirar mi propia cartografía vital, consciente de que dejo descendencia y pensando precisamente en ellos, en mis nietos.
No puedo sino estar agradecido, por supuesto, a las personas que me han acompañado empezando por mis padres, pero aquí quiero resaltar mi reconocimiento a las lecturas que me han orientado en la vida y me han ayudado a crear y a alimentar mi mundo simbólico. Sin ciertas lecturas, yo sería otro.   
Este libro va de eso, de la transmisión de ese mundo a mis nietos (y a nietos de otros abuelos) ya que, en ciertos aspectos como la fe religiosa, soy consciente de que se ha roto la cadena de transmisión.
      En la Contra de La Vanguardia del 23 de febrero de 2019, la narradora y ensayista Bárbara Jacobs, viuda de Augusto Monterroso, exclamaba: “Ojalá creyera en Dios”. Lamentaba no haber tenido oído para la música de la fe. Otros, por el contrario, con esa sordera se sienten liberados de escuchar lo que consideran estridencias. Otros, entre los que me cuento, la escuchamos, aunque no siempre con placer, y deseamos que siga sonando.
Se ha producido una innegable ruptura de la tradición: la tradición humanista, la tradición socialista, la tradición cristiana… Esta en particular pasa evidentes dificultades. Mucha gente no se reconoce como proveniente del pasado y abierta al futuro. Se ha producido una clara fragmentación de la memoria. Estamos creciendo en el olvido. Sin embargo, es necesario recomponer la relación con el pasado en el campo cultural, político, social y religioso, aunque sin caer en la tentación de hacer un uso reaccionario de la tradición que consiste en basar la identidad en un calco del pasado. La identidad nunca cuaja definitivamente.
Nos hallamos situados en un fugaz e irresponsable presentismo, sin presencia del pasado y sin un horizonte de futuro “más humano, solidario, abierto, feliz e interesante” al que aspirar.
En toda transmisión se da un lugar de procedencia y un final de trayecto.
En mi caso, el lugar de procedencia fue una familia en que fe cristiana que se daba por sentada, era algo que creíamos garantizado. Pero esta fe sociológica, baqueteada por la crítica intelectual de todo tipo y por la oleada de opinión “líquida” que se iba alejando de ella, la he tenido que repensar mil veces y contrastar con la vida.
Mis nietos ese lugar de procedencia ya lo tienen más lejano, en los abuelos. Despiertan a la consciencia sobre este asunto con los pre-juicios que sobrevuelan nuestra sociedad.   
El final de trayecto actualmente ya no es un destino inevitable sino una elección personal. Esta solo se puede basar en la confianza que se funda en la veracidad de las instituciones y de las personas que creen. Pero precisamente la falta de veracidad de muchos creyentes –la mía en primer lugar- y de la misma iglesia hace que el final de trayecto, la fe, no sea una aspiración deseada por las  nuevas generaciones.  
Sin embargo, para construir el presente necesitamos el pasado ausente y el futuro soñado.
El contenido de la transmisión, ese pasado ausente, necesita ser recreado y contextualizado para que pueda ser recibido. Es lo que he tratado de hacer para vencer la quiebra de la confianza en los transmisores. El final de trayecto ni se da por garantizado ni es un futuro soñado. La transmisión se hace muy difícil, en muchos casos se trunca.
En un mundo de la cultura del yo, la religión a lo más es autoayuda, una vaga aspiración. Se aboga por una religión a la carta, psicologizada según las apetencias de cada uno. El cristianismo no es eso; su núcleo fundamental es el reconocimiento de Dios como Señor y la preocupación real por el otro, por mejorar la vida de los demás. Si a la religión se la desliga de la dimensión ética, se la desvirtúa.
Escribí este texto para que lo lean mis nietos cuando tengan la edad de entenderlo y de tomar el timón de sus propias vidas por sí mismos. Animado por amigos que consideraban que muchas personas están en mi circunstancia, lo ofrecí a una editorial que ha decidido publicarlo. Me animaban diciendo que muchas personas tienen nietos en circunstancias parecidas a las de los míos.
Es mi herencia intangible. La dejo abierta a quien quiera leerla porque también a mí algunas lecturas me han mantenido sensible a la música de la fe.   

06 marzo 2019

LEER PARA SOÑAR E ILUSIONARSE


Solo es pedagogo de la lectura aquel a quien leer le entusiasma y es capaz de transmitir ese entusiasmo. Esta afirmación en palabras de un auténtico pedagogo de la lectura, Kepa Osoro, se desarrolla así:
"El placer de leer no es natural, pero sí la necesidad de soñar e imaginar. Por tanto, animar a los niños, a los jóvenes o incluso a los adultos a la lectura es derramar sobre ellos toda la magia, el sentimiento, la fascinación y la pasión que anida en las palabras escritas para conmover, enseñar y descubrir el mundo y para entender al hombre. Animar a leer es educar el paladar lector, abrirlo afinarlo…; es iluminar, ilusionar.
Lectura verdaderamente motivadora es la que transforma, la que emociona e, incluso, trastorna al lector. Animar a leer es hacer sentir el libro y la lectura como algo necesario desde distintas perspectivas: utilitarista, ideológica, formativa, académica, personal… Solo se contagia a aquello que se siente, que se ama, que nos hace vibrar. Solo la pasión discreta, serena, respuetuosa y sincera puede crear adictos a la causa de la lectura.”
Este texto aparece en La lectura en España. Informe 2002.

27 diciembre 2018

PONER EN PALABRAS LAS ESPERANZAS


El escritor marroquí Tahar Ben Jelloun ha topado a veces con esta pregunta: “¿Para qué escribir en un continente de analfabetos?” Y él contesta que precisamente se ha de escribir, y con más exigencia, para ellos. “Ese pueblo merece que se escriba para él lo más grande y bello que nuestro imaginario lleva dentro”.  
Y se plantea así su responsabilidad: “Nosotros, que hemos tenido la suerte de ir a la escuela y a la universidad, y el privilegio de librarnos de la crueldad del analfabetismo, nos sentimos responsables, y debemos producir una literatura que esté a la altura de la expectativas y los deseos de las poblaciones a las que les gusta que les cuenten historias, les gusta soñar con las palabras y las imágenes que nosotros les forjamos, y no según un modelo único, sino según nuestra imaginación alimentada por sus existencias, su condición y sus esperanzas. En realidad, entre esas poblaciones es donde encontramos nuestras historias, y nuestra función consiste en intentar que afloren a la superficie, extraerlas de la  noche, ponerlas en palabras y darles forma. ¡Qué más da que nuestros libros no estén en sus mesillas de noche, ni en sus bolsos o maletas! (…) Basta con que sepan que lejos de ellas unos poetas, unos dramaturgos, unos novelistas, unos historiadores escriben desde su dolor y sus problemas.”