En la
breves biografías que acompañan a ciertas solicitudes de trabajo o las que hacemos
para que corran en la redes solemos señalar el lugar y fecha de nacimiento, la
familia, los estudios, la trayectoria laboral, aquellas actividades más sobresalientes
que hemos desempeñado... Eso suele ser lo más común. Y está bien. Todo eso y la
manera misma de presentar nuestra autobiografía dicen quién somos.
Pero hay
otra cosa que nos define más todavía: nuestras lecturas. Nunca sabremos hasta
qué punto somos lo que hemos leído. Pero es evidente que también somos lo que
hemos leído.
El lector
de verdad no suele ser lector de un solo género. Se alimenta de lecturas muy
diferentes incluso dentro de los libros del mismo género. Pero, además, a lo largo de su vida de lector se ha ido asomando
a ventanas muy diferentes. Precisamente lo que hacen los libros es abrirnos perspectivas
muy diferentes que nos llevan a pensar y a vernos de manera más compleja.
Cualquier lectura nos impulsa a contrastar lo que nos dice con lo que hemos descubierto
ya en otros autores.
Lo más
determinante, no obstante, no es leer muchos libros, sino leer mucho en cada
libro. Pero normalmente lo que se llega a absorber en una lectura depende
también de lecturas previas repensadas y contrastadas.
Se puede
leer por muchos motivos, desde divertirse o matar el aburrimiento de una
espera, hasta hacerlo por afán de reflexionar o de saber sobre determinado tema. En este sentido, cualquier libro,
incluso los más insustaciales nos moldean. Porque, no nos engañemos, no todos
los libros son buenos. A veces los libros pueden ser el peor enemigo del
lector. Se publica tanto que hay que ser selectivo para no perderse en laberintos
inútiles que no llevan a ninguna parte. Cualquier libro los leído de alguna
manera antes de abrirlo en el sentido de que acudimos a él con ciertas ideas
preconcebidas que nos hemos formado de antemano a través de un amigo que nos lo aconseja, a través de su mismo diseño
y presentación, a través de la llamada de su cubierta o del texto de su contracubierta,
o porque nos llega con el vitola de calidad, por el prestigio de la editorial en
el que se publica o por la firma de la crítica que nos ha llevado hasta él.
Todo eso normalmente ayuda, pero cada uno debe valorar las aportaciones que le
hace personalmente.
De una
manera u otra nuestros pensamientos, la visión que tenemos de la realidad, se
han aquilatado en el fuego de los libros que hemos leído. Muchas páginas de
texto se queman enseguida y quedan como cenizas en el olvido. En cambio hay
otros libros que nos hacen, nos construyen. Cuánta verdad hay en esta frase que
me he encontrado repetidamente: “Quien lee no está haciendo algo; se está
haciendo alguien.”
Los que han leído suelen tener una consistencia
que no se ve en quienes no leen. Por
esta razón no sería mala idea exponer en la propia biografía lo que uno ha leído.
Eso también nos define.