El personaje es un
simulador de persona, capaz de superar arraigadas convenciones. Milan Kundera
mostraba la vigencia de esta afirmación a través de don Quijote. “El personaje
es un simulacro de ser viviente. Es un ser imaginario… La novela vuelve así a
sus comienzos. Don Quijote es casi impensable como ser vivo. Sin embargo, en
nuestra memoria, ¿qué personaje está más vivo que él?”
El personaje-niño es un
medio para explorar el mundo infantil o para transmitir a los lectores una
visión del mundo a partir de él. Como es natural, ese personaje aparece a
menudo en los libros infantiles donde puede tener una mirada inocente o irónica,
según los casos, para que impacte emocionalmente en el lector. Así como el
indio de ciertas películas llega a la civilización –a nuestra civilización- y
pone ante los ojos de los espectadores todas las contradicciones de esta, así
ese personaje-niño se enfrenta al mundo construido por los adultos con ojos
limpios que aplican su lógica implacable.
Las contradicciones en
que este mundo se mueve se pueden poner en evidencia contando cuentos o relatando
escuetamente hechos sin hacer concesiones a convenciones tramposas. Literatura nace
en buena medida de la desautomatización del lenguaje; pues bien, la presencia
de un niño deslenguado, no
necesariamente malicioso sino “inocente”, desautomatiza lo que cualquier biempensante
o convencional considera normal y lógico. Como en el cuento del rey desnudo, la
mirada de un niño desautoriza afirmaciones que se dan por inamovibles.
Perseguir ese efecto de
ver el mundo limpiamente por ese camino ya tiene suficiente interés, porque eso
ya lo pone en tela de juicio y obliga a pensar sobre lo que se nos ofrece como
seguro. Pero aún se puede dar otro paso más, como ocurre en la buena literatura
sin adjetivos, poniendo en boca de ese personaje-niño temas que provocan en el
lector interrogantes fuertes. A menudo el lector de literatura para chicos
acaba echando en falta palabras-fuerza. Ahora bien, estas nunca han de ser un
añadido, como las denostadas moralejas o los temas transversales que se
intentan colar, sino elementos emanados de la misma historia.
En literatura infantil,
si el personaje resulta creíble, no es necesario que se ponga estupendo con
ciertas afirmaciones pero tampoco se han de descartar si eso no echa a perder
el relato. Esos personajes resultan memorables, digan lo que digan, si son capaces
de hacer lo que debe hacer la novela, fundir la realidad y el sueño, que es la
mejor manera de explorar al hombre, su realidad y sus posibilidades.