La editorial Acantilado publicó un volumen Encuentro con libros que recoge textos
de Stefan Zweig que revelan su relación apasionada con estos sencillos y mágicos
objetos.
No me resisto a copiar algunos fragmentos porque, como me
ocurre a menudo, en momentos en que estoy dando vueltas a una idea tratando de
buscar la manera de expresarla, resulta que me la encuentro escrita con palabras
más bellas y más precisas que las que yo mismo hubiera podido escribir. En este
caso, lo que yo hubiera querido decir, que el libro insufla magia a la vida, Zweig
ya lo había escrito. Lo hizo así:
“El movimiento que apreciamos en la tierra se apoya
esencialmente en dos invenciones del espíritu humano: el movimiento en el
espacio se basa en la invención de la rueda, que gira vertiginosamente
alrededor de un eje, y el movimiento intelectual guarda una relación directa
con el descubrimiento de la escritura. (…)
La escritura, que ha evolucionado desde los pliegos más
sencillos, pasando por los rollos, hasta culminar en el libro ha puesto fin al
trágico confinamiento de las vivencias y de la experiencia en el alma
individual: desde que existe el libro nadie está ya completamente solo, sin
otra perspectiva que la que le ofrece su propio punto de vista, pues tiene al
alcance de su mano el presente y el
pasado, el pensar y el sentir de toda la humanidad. En nuestro mundo de
hoy cualquier movimiento intelectual viene respaldado por un libro; de hecho,
esas convenciones que nos elevan por encima de lo material, a lo que llamamos
cultura, serían impensables sin su presencia.
El poder del libro para expandir el alma, para construir el
mundo y articular nuestra vida personal, nuestra intimidad, suele pasarnos
desapercibido salvo en raras ocasiones,
y cuando cobramos conciencia de su importancia tampoco lo manifestamos. Hace
mucho que el libro se ha convertido en algo natural, en un objeto cotidiano
cuyas maravillosas cualidades no despiertan ni nuestro asombro ni nuestra gratitud.
Del mismo modo que no somos conscientes del oxígeno que introducimos en nuestro
organismo cada vez que respiramos ni de los misteriosos procesos químicos con
los que nuestra sangre aprovecha este invisible alimento tampoco advertimos la
materia espiritual que absorben nuestros ojos y que nutre (o debilita) nuestro
intelecto continuamente. (…)
Cualquier artículo (en este caso, el libro), por valioso
que sea, se trata con desdén cuando puede conseguirse con facilidad, y solo en
los instantes más creativos de nuestra vida, cuando reflexionamos, cuando nos
volcamos en la contemplación interior, conseguimos que lo que ha llegado a ser
común y corriente vuelva a resultar asombroso. En esos raros momentos de
reflexión lo miramos con respeto y somos conscientes de la magia que insufla a
nuestra alma, de la fuerza que proyecta sobre nuestra vida, de la importancia
que hoy, en el siglo XX, tiene el libro, hasta el punto de no poder imaginar
nuestra mundo interior sin el milagro de su existencia.”