lunes, 26 de noviembre de 2018

MENOS LECTORES, PEOR DEMOCRACIA


Salta a la vista cuando vas en el Metro o en el tren que hay menos viajeros que lleven un libro en las manos. Muchos de ellos, en cambio, llevan el móvil en el que se informan o juegan.
Pero uno no debe fiar sus opiniones a las simples impresiones que a menudo engañan. En este caso, sin embargo, esa impresión que salta a la vista parece que viene confirmada por los datos.
Esta misma semana he leído que la prensa alemana se hacía eco de un estudio que afirma que el entramado de librerías del país que se va debilitando. Eso ocurre porque se constata que Alemania, un país de sólida tradición lectora, ha perdido en poco tiempo seis millones de lectores.
Comentando en tono de lamento esta noticia, el periodista afirmaba que España ha perdido en el mismo tiempo un millón de lectores de libros. La caída de facturación de las editoriales confirmaría esta significativa disminución.  
No vale consolarse diciendo que los lectores se han trasladado a otras tecnologías y que satisfacen su curiosidad por medios electrónicos; allí se lee de otra manera, de forma mucho más fragmentada, a pantallazos.  
Los comentarios ligaban esa diminución de lectores de libros, ejercicio que permite una reflexión continuada, al auge de los populismos. Con 140 caracteres se pueden provocar muchos incendios emocionales pero difícilmente se puede sostener un discurso razonado.
Sin lectores de libros, cualquier país se pierde masa crítica de población cultivada y también calidad democrática.

domingo, 4 de noviembre de 2018

LA FORMACIÓN DEL YO Y LA LECTURA


Se van reduciendo o simplemente eliminando los estudios humanísticos. En esta decisión de la maquinaria social subyace la idea, como Zygmunt Bauman ha analizado en el campo de la sociología, de la desaparición del sujeto: «La idea que prevalece en este momento en las universidades es la de evitar las ideas (…) La clave reside en reducir el papel de lo que es individual hasta anularlo»
Pero este proceso no va a seguir sin resistencias. Ricardo Piglia, en El último lector, abundaba en la idea de que “la lectura literaria ha sustituido a la enseñanza religiosa en la construcción de una ética personal”. Se trata de seguir manteniendo el yo y de escogerlo en la medida de lo posible. A menudo el modo de vida que se elige vivir surge de modelos que se han conocido a través de la lectura y que se busca repetir y realizar. El escritor argentino este proceso lo ve en el Che Guevara. Lo que este se propone hacer en la vida nace de sus lecturas. Antes de ser un revolucionario busca en las lecturas, consciente o inconscientemente, ser un nuevo sujeto diferente del que era, ha creado por el entorno burgués en el que nació y creció. Los trazos de personalidad que trata de poseer los busca en los libros.
Los textos literarios han acumulado y decantado valiosísima experiencia social que merece ser preservada y trasmitida. Cada vez que se lee un texto que la contenga esa experiencia se trasmite al lector.
El mismo Piglia recuerda ejemplos reveladores de esta convicción. Recuerda, por ejemplo que el poeta ruso Ossip Mandelstam, que murió en un campo de concentración de Siberia en tiempos de Stalin, se consuela en sus últimos días leyendo textos de Virgilio a sus compañeros de trágico destino.
Cualquiera que lee en serio siente que la lectura le provoca cierta metamorfosis. Descubre en los libros modelos para su transformación. O sea, la lectura es una práctica iniciática.