Salta a la vista cuando vas en el Metro o en el tren que
hay menos viajeros que lleven un libro en las manos. Muchos de ellos, en
cambio, llevan el móvil en el que se informan o juegan.
Pero uno no debe fiar sus opiniones a las simples
impresiones que a menudo engañan. En este caso, sin embargo, esa impresión que
salta a la vista parece que viene confirmada por los datos.
Esta misma semana he leído que la prensa alemana se hacía
eco de un estudio que afirma que el entramado de librerías del país que se va
debilitando. Eso ocurre porque se constata que Alemania, un país de sólida
tradición lectora, ha perdido en poco tiempo seis millones de lectores.
Comentando en tono de lamento esta noticia, el periodista
afirmaba que España ha perdido en el mismo tiempo un millón de lectores de
libros. La caída de facturación de las editoriales confirmaría esta significativa
disminución.
No vale consolarse diciendo que los lectores se han
trasladado a otras tecnologías y que satisfacen su curiosidad por medios electrónicos;
allí se lee de otra manera, de forma mucho más fragmentada, a pantallazos.
Los comentarios ligaban esa diminución de lectores de
libros, ejercicio que permite una reflexión continuada, al auge de los
populismos. Con 140 caracteres se pueden provocar muchos incendios emocionales
pero difícilmente se puede sostener un discurso razonado.
Sin lectores de libros, cualquier país se pierde masa crítica
de población cultivada y también calidad democrática.