viernes, 16 de diciembre de 2016

FASCINACIÓN DE LA PRIMERA PALABRA LEÍDA

 “Un día  a un lado de la carretera, desde la ventanilla de un coche (no recuerdo ya el destino de aquel viaje), vi un cartel. La visión no pudo haber durado mucho tiempo; tal vez el automóvil se detuvo un instante, quizás sólo redujo la velocidad lo suficiente para que yo viera, de gran tamaño y semejantes a una aparición, formas similares a las de mi libro, pero formas que no había visto nunca antes. Supe, sin  embargo, de repente, lo que eran; las oí en mi cabeza; se metamorfosearon, dejaron de ser líneas negras y espacios blancos para convertirse en una realidad sólida, sonora, plena de significado. Todo aquello lo había hecho yo solo. Nadie había hecho por mí aquel acto de prestidigitación. Las formas y yo estábamos solos, revelándonos mutuamente en silencio, mediante un diálogo respetuoso. El haber podido transformar unas simples líneas en realidad viva, me había hecho omnipotente. Sabía leer.
Ignoro qué palabra fue la que leí en aquel cartel de hace tantos años, pero la sensación repentina de entender lo que antes sólo era capaz de contemplar es aún tan intensa como debió serlo entonces.”
Así cuenta Alberto Manguel en Una historia de la lectura (Alianza editorial) cómo quedó fascinado al comprender que sabía leer.

Pues bien, muchos educadores y muchos padres se preguntan con preocupación cómo pueden ayudar a que salte esa chispa que despierte en el niño, en su propio hijo, la curiosidad por saber qué misterio esconden los signos escritos que aparecen continuamente y de mil formas ante sus ojos. A ese insigne lector que es Alberto Manguel la primera palabra que leyó la captó en un huidizo cartel desde la ventanilla de un coche. Un grupo de madres que llevan a sus hijos al colegio Puig d’Agulles de Corbera de Llobregat me hacían esa misma pregunta. El discurso que se elabora actualmente para contestarla se centra en hacer ver que el adulto ha de participar con el niño de mil maneras en su propia aventura de búsqueda de lo que se esconde bajo cualquier signo gráfica. Está muy constatado que la afición a la lectura nace por contagio. Pero el niño sólo seguirá al adulto si éste despierta su curiosidad y le transmite entusiasmo. En estas tres palabras está la clave: contagio, curiosidad, entusiasmo.

domingo, 23 de octubre de 2016

LEER ES UN RIESGO

“Hace poco, leyendo el Tao te King, encontré un poema de Lao Tse que ha sido un nuevo disparador para repensar muchas cosas. El poema dice: «Ahuecada, la arcilla es olla; eso que no es la olla es lo útil». El hueco es lo útil. Aplicándolo a la lectura, yo diría que eso que no es el libro, es la lectura, es el acontecimiento que puede salir de ahí.” Esta pertinente reflexión que traigo a colación es de Roberto Castro.
Es verdad que hay lecturas de  muchos tipos que cumplen funciones que van desde el puro entretenimiento, pura distracción, hasta ser medio eficiente de información. Todas ellas se pueden calificar de lecturas funcionales.
Pero hay lecturas que suponen un acontecimiento existencial equiparable a un encuentro muy significativo o a una experiencia vital de primer orden, como pueden ser el amor o la muerte. Uno no sale indemne de esas lecturas que vuelven vulnerable su propia identidad. En efecto, no eres el mismo cuando has leído de verdad ciertos textos.

Pero esto sólo ocurre cuando se lee un texto sintiéndose interpelado por él y, por tanto, reaccionando con respuestas personales. Esto se produce cuando un libro nos descubre paisajes o abismos de nosotros mismos que desconocíamos completamente o que sólo sospechábamos de su existencia. George Steiner se hace esta misma reflexión con estas palabras: “Quien hay leído La metamorfosis de Kafka y sea capaz de mirarse al espejo sin arredrarse, quizá sea capaz, técnicamente, de leer los caracteres impresos, pero es analfabeto en el único sentido que realmente importa”.  

jueves, 13 de octubre de 2016

LA NOVELA DE MI VIDA

En una ocasión Culturamas me invitó a contar cuál era la novela de mi vida. En otro momento me hubiera puesto solemne y hubiera dicho que El Quijote o La montaña mágica, que también lo han sido, pero conté mi descubrimiento más personal, no inducido por ninguna autoridad sino por mi instinto. Escribí para Culturamas este artículo sobre La grúa, de Zimnik:
Tiendo a la racionalidad y la mesura. ¿O a la mediocridad? Tal vez una y otra apreciación no estén tan alejadas. Sin embargo, durante un tiempo tuve la tramposa ensoñación de atribuirme la autoría de La grúa, este maravilloso texto de Reiner Zimnik. Pero ya era imposible borrar su nombre impreso en sus ediciones en varias lenguas.
Supongo que debí leer este libro en 1981. Acababa de publicarse en español en la colección Austral Juvenil que dirigía Felicidad Orquín a cuyo buen criterio tanto debemos los que por entonces empezamos a escribir literatura infantil.  
La llegada de textos de grandes autores alemanes, nórdicos y sajones nos estaban haciendo ver entonces que las referencias que teníamos, tan ñoñas, nos bloqueaban.
Con este relato Zimnik dio en algún oscuro rincón de mi entretela. Aún me conmueve cada vez que lo releo. ¿De dónde nacía mi fascinación por esta fábula cuando mi atención se centraba en textos realistas donde más claramente se rompían los corsés que nos oprimían?
La grúa es un inquietante relato simbólico. Cuenta la historia de un hombre que se encaramó en lo alto de una grúa, que él mismo había ayudado a construir, para no bajar de ella. Se trataba de una grúa instalada en un punto de confluencia de comunicaciones fluviales, de carretera y ferrocarril para intercambiar mercancías de un medio de transporte a otro.
El hombre consigue ese puesto de conductor de la grúa desplazando a dos enchufados que lo pretendían. Desde ese día cumple escrupulosamente su cometido. Por otra parte, mira el mundo desde las alturas no de la soberbia sino de la honradez. Ve pasar la guerra y la paz, y contempla los intereses que se mueven a sus pies. Nunca se deja presionar ni con amenazas ni con sobornos. Desbarata las pretensiones de temibles ladrones fluviales y es testigo de los problemas que causan a un circo los días de canícula. Llevando hasta el límite su humor, Zimnik describe a su discreto héroe atrapando con su pala a un elefante enloquecido por la fiebre al que sumerge en el rio hasta que se le va la calentura, o llevando cada domingo a los doce concejales y su alcalde al otro lado del río.
Lo que mantiene a este solitario es una doble amistad; la de Lectro, al que no le importa prestarle unos kilovatios si su carretilla eléctrica con doce remolques se queda sin energía, y la del águila que le ayudará a detectar las manadas de tiburones que pretenden derribar la grúa y que le acompañará hasta el final.   
El conductor desciende de la grúa cuando ya es muy viejo y está cansado. Le acompaña el águila. Un niño cree ver también junto a él otra maravilla, «un león plateado». Sencillamente ha cumplido fielmente su misión de ser humano. El alcalde demuestra entenderlo muy bien al hacer este comentario: «Es un hombre sabio.»
La grúa tiene todos los ingredientes de una bonita fábula. Me veo en ella. También estoy a punto de tomar la decisión de bajar de la grúa. Y francamente tengo envidia de quien la escribió… y la dibujó, ya que los dibujos a plumilla también son obra de mi admirado Zimnik

sábado, 17 de septiembre de 2016

¿POR QUÉ INTERESAR A OTROS EN LA LECTURA?

“¿Por qué he comenzado a leer? (…) Necesidad de descubrir a los otros, de aprender, de conocer. La lectura ofrece fácilmente informaciones, y el contacto con el libro asume rápidamente una forma afectiva. Sin embargo, eso no es todo: en los libros encontramos un lenguaje, y sea cual sea la importancia y función de ese lenguaje, nos confrontamos con él. Ese lenguaje nos agrede o nos seduce, nos solicita. Allí lo real y lo imaginario están en estrecha relación (…) y, tal como es debido, lo imaginario envuelve ampliamente a lo real vivido.
Probablemente, la lectura me ha permitido, como a todo adolescente, ponerme en contacto con  un mundo diferente al que nunca hubiera tenido acceso de otra manera.”
Así es como explica Michel Cosem en El poder de leer ( Gedisa,). Yo no hubiera sabido explicarlo mejor. Posiblemente me hubiera glosado un poco más alguna de sus afirmaciones y me había extendido en algún otro motivo, pero los que tengo por fundamentales son los que él señala. Recalcaría el que cita en último lugar. El mundo en el que habría vivido, si no hubiera sido lector, sería muy diferente del que he vivido leyendo. Y estoy convencido que mucho más pobre.
Por eso me gustaría abrir esta ventana a otras personas, en especial a los jóvenes. Incluso en el caso en que vivan en un lugar paradisiaco –no es lo que dicen los sociólogos sobre gran parte de ellos-, algo tan sencillo como abrir una ventana pone al alcance de la vista maravillas de cuya existencia uno ni siquiera tendría noticia de otro modo.

Por otra parte, interesar a otros por la lectura, buscar personas que compartan esta afición, no disminuye para nada la riqueza de quien lo hace. Muy al contrario, multiplica su capacidad de abarcar más porque logra nuevos interlocutores con los que intercambiar lo que va descubriendo en ese mundo en expansión que es la escritura.  

viernes, 5 de agosto de 2016

LOS COLECCIONISTAS DE GATOS

Hace unos meses publiqué en la editorial Animallibres de Barcelona Els col.leccionistes de gats, versión catalana del original castellano Los coleccionistas de gatos, que anda en busca de editor. Se trata de la tercera entrega de una serie policiaca al estilo de aquellas aventuras de la mano negra que tuvieron tanto éxito.
Los protagonistas son dos niños y una niña, Los Tres Ases, cuyos apellidos parecen sacados de la baraja. Sergio Espada, tozudo y obstinado; cuando algo le importa de verdad, nunca lo da por perdido. Roberto Bastos es cauteloso. Ese rasgo de su carácter no es cobardía sino señal de sensata inteligencia. Asun Oro, la más atrevida, es capaz de embarcarse en cualquier aventura sin mirar los peligros. Para completar la baraja faltaría un Copas pero lo descarté ya de entrada para que nadie viera en el personaje una exaltación del botellón y porque prefería un número impar de protagonistas.  
Los tres jóvenes detectives reciben el encargo de investigar la desaparición de un gato de Angora y, después, la de una gata de Bengala. La desaparición de estos preciosos animales domésticos coincide con el robo de esculturas de gatos de porcelana y oro en unos almacenes de lujo de la misma ciudad de Molinars. A estos casos, siguen otros dos de características semejantes. ¡Un auténtico quebradero de cabeza para la policía!
Los tres detectives tendrán que enfrentarse a una organización que, por algún misterioso motivo, está interesada en apoderarse de gatos. El lector podrá seguir sus aventuras en cuatro episodios que esconden el mismo misterio en circunstancias totalmente diferentes. Poco a poco los detectives irán cercando a la peligrosa organización responsable de esos curiosos delitos.
Cara relato está dividido en cortos capítulos que acaban con una pregunta al lector. De esta manera, éste también se convierte en detective. La respuesta a la pregunta no siempre está en lo narrado; a veces se encuentra en escurridizos detalles que aparecen en las ilustraciones.
De esta manera, el lector no sólo ha de enfrentarse a un texto que le puede despistar sino que debe ser un agudo observador. La diversión está servida. A la satisfacción que procede del placer de la lectura se añade la que se experimenta después de haber hecho un descubrimiento que supone una cierta agudeza mental. Finalmente se sabe quiénes son los coleccionista de gatos.

Los dos libros anteriores en Animallibres fueron El parc de la Casa Tenebrosa (Algar ya publicó el original en castellano bajo el título El parque de la Casa Tenebrosa) y Moguda al cementiri. La experiencia ha demostrado que son historias que intrigan sobre todo a lectores de 10 u 11 años.

miércoles, 20 de julio de 2016

LECTURA Y CONSTRUCCIÓN DEL PROPIO RELATO

Leyendo el libro de Juan Domingo Argüelles Historias de lecturas y lectores, publicado por Paidós en México el 2005, me encuentro con una cita de Pascal Quignard que conecta con mis reflexiones de estos días. Afirma Quignard: «Somos una especie sujeta al relato (…). Nuestra especie parece estar atada a la necesidad de una regurgitación lingüística de su experiencia (…). Esa necesidad de relato es particularmente intensa en ciertos momentos de la existencia individual o colectiva, por ejemplo, cuando hay depresión o crisis. En ese caso, el relato proporciona un recurso casi único.»
Me lleva a pensar que el furor con que  leen en la adolescencia y en la primera juventud –la etapa de la primera gran crisis-  los que han descubierto la lectura tiene que ver con esa necesidad de ir construyendo el propio relato, asociada a la necesidad de encontrar la propia identidad.  
El que  no sale de la tradición familiar y del propio contexto social, suele vivir esta crisis con menos virulencia porque acepta sin problematizarla la identidad que le ha asignado su entorno familiar y social. Con frecuencia acepta también de buen grado los roles laborales que impone la familia. La persona que pasa su etapa de juventud de esta manera no precisa crear su propio relato, lo tiene delante viendo la trayectoria vital de sus propios padres.
Pero el que lee –y eso es una manera corriente de salir del propio entorno- no sólo adquiere nuevos conocimientos o las formas de actuar y de comportarse de otras personas, o sea algo exterior a él. Esos personajes literarios que le fascinan le descubren también otras posibilidades dentro de sí mismo, o sea, otras identidades a las que puede aspirar, más satisfactorias que la que posee. Entonces intuye que el desarrollo de esas potencialidades le permitirá llegar a ser una persona más relevante y más acorde a sus aspiraciones que aquella a la que parecía destinado por su procedencia familiar y social.  
La sensación de apertura de horizontes que producen ciertos libros se asemeja a la que experimenta el excursionista que por primera vez sube a una montaña  desde la que puede contemplar el valle en el que vive. Entonces capta las limitaciones del mismo y ve las posibilidades de salida hacia otros valles, llanuras, mares…

Los nuevos elementos descubiertos por el lector en su propio interior a través de ciertas lecturas enriquecen sobre manera el relato de sí mismo. Sin ellas, su relato sería mucho más pobre e insatisfactorio. Una razón más para ayudar a los jóvenes a descubrir la lectura a esa edad en la que les resultará más útil y más placentera.   

lunes, 9 de mayo de 2016

ESCRIBIR PARA NIÑOS PORQUE ES FÁCIL

Algunos piensan que escribir para niños es más fácil. Se equivocan. No es tan fácil y, además, ese nunca debería ser el motivo para ponerse a escribir. Aunque, por otra parte, uno debe saber qué supone emprender ese camino.
Si estás decidido a escribir para niños, no has de considerar degradante ver las cosas desde el punto de vista de un niño y has de estar dispuesto a trabajar sin obtener reconocimiento de los que se ocupan de la literatura… Te has de dar por satisfecho con el premio de que un solo niño te diga con la cara radiante: “Me ha gustado su libro”.
Hay quien empieza a escribir cuando tiene hijos pequeños o porque pretende transmitir no sé qué mensajes. Tampoco es eso. Esta decisión si no vale tomarla por comodidad, tampoco son buenos los motivos morales, sentimentales, económicos o políticos.   
Uno decide escribir por la necesidad interior de expresarse. Pero escribir para niños requiere talento literario, no menos talento que para escribir para adultos. El talento no es algo mágico, sino la suma de un don innato -que se tiene o no se tiene- más la preparación adecuada a base de esfuerzo e inteligencia.
Además, dirigirse a esta franja de lector supone cierta habilidad para captar el punto de vista de los niños, algo que va ligado a la memoria de la infancia, una memoria activa que permita captar el punto de vista actual de los niños.
Pero escribir para niños no es escribir como un niño. A estos no les suele gustar lo que escriben otros niños. Les parece tonto. Si un autor trata de escribir como lo haría un niño, los lectores captan que se infantiliza. Y cualquier forma de infantilización formal el lector la asocia a engaño. Eso no significa que la escritura no haya de tener en cuenta la forma como los niños perciben las cosas; se debe tener en cuenta.

No hay una sola forma de escribir para niños. Cada autor ha de buscar la forma personal de hacerlo, tanto en lo que respecta al estilo como en lo que concierne a los contenidos. Cualquier forma de escritura automatizada no sirve. Estamos hablando de escribir literatura. Encontrar la propia voz en este campo no es fácil. 

jueves, 28 de abril de 2016

LEER FICCIÓN, ¿PÉRDIDA DE TIEMPO?

Durante mucho tiempo esa fue una creencia generalizada. Aun actualmente ciertas pedagogías son de esa opinión o al menos actúan como si pensaran así. La derrota de laS humanidades frente a los saberes funcionales es resultado de esta dinámica.
Neil Gaiman cuenta que en 2007 asistió a la primera convención que se hacía en China sobre ciencia ficción y fantasía. Se hizo porque ciertos sectores chinos se preguntaban cómo era que ellos eran excelentes fabricantes de cualquier tipo de objetos pero los proyectos tenían que buscarlos fuera. Sospechaban que no tenían suficientes innovadores porque no cultivaban la fantasía. Era como si no supieran imaginar.
En la misma línea de búsqueda de la razón de la escasez de innovadores, una delegación china había pasado poco antes por las grandes empresas de innovación de Estados Unidos, Apple, Microsoft, Google… y allí comprobaron que los creadores que trabajaban allí habían sido lectores de ficción y de ciencia ficción cuando eran niños y adolescentes.
Toda la literatura es un gran simulador. Frente a lo que cualquier lector tiene oportunidad de vivir, las historias que lee van muchísimo más lejos. Las narraciones simulan otras formas de vivir, de actuar, de relacionarse. En definitiva crean otros mundos. Evidentemente adentrarse en ellos, explorarlos, es una gran fuente de placer; por eso los jóvenes, cuando descubren la literatura, leen mucho y lo hacen por placer. A nadie le obligan siendo joven a imaginar.

Pero ¿dónde tenemos el gran laboratorio que contiene la obras de ficción? En la bibliotecas. Por eso son tan necesarias las bibliotecas. Estas no son un refugio de ociosos, un lugar de escapismo, de pérdida de tiempo o un refugio para no afrontar la dureza de la vida. La bibliotecas, si están vivas, son un gran laboratorio para alcanzar una vida creativa. La sociedad las ha de mimar porque allí está el vivero de los que harán posible hallar soluciones futuras para una vida que se complica y que por tanto necesita soluciones nuevas. Bibliotecas vivas para una vida ciudadana creativa. 

domingo, 21 de febrero de 2016

LOS CLUBES DE LECTURA, ¿MODA O NECESIDAD?

Nutrirse solo de actualidad, básicamente a través de las pantallas, es condenarse a permanecer en ese espacio entre las dos ignorancias -la ignorancia rudimentaria, que precede a la ciencia, y esa ignorancia del sabio, que esforzándose por conocer, sabe que no sabe casi nada-. Esta situación es la más peligrosa, según Montaigne, porque los que se mueven es ese espacio suelen tener la presunción de estar bien informados. 
Vivir solo pendiente de la actualidad conduce al vacío o al pensamiento único.
El  filósofo Josep M. Esquirol escribe en La resistencia íntima, el libro por el que le han concedido este año el Premio Ciudad de Barcelona de Ensayo y Humanidades: “Una doble vía para no «superar» la cotidianidad: hundirse en ella o evadirse de ella.”
Pero ¿por qué habría que superar la cotidianidad? Sencillamente, para no sucumbir como persona en un momento en que la forma dominante de vivir es estar colgado de la actualidad o evadirse de ella cultivando cualquier afición.
¿Cómo reaccionar ante esa “actualidad” inhóspita?
La manera de sobrevivir a la presión de la actualidad, de lo que se lleva, es volver a casa. Es la propuesta de Esquirol. Esto no tiene nada que ver con retirarse de la vida colectiva. Al contrario, es la forma de fortalecerse para volver a ella de forma más vigorosa. La casa es la metáfora de la interioridad, ese espacio protegido, íntimo, que nos permite el diálogo con nosotros mismos.
Pero ese diálogo o sea alimenta bien o es muy pobre. Algunas personas lo alimentamos compartiendo lecturas de libros de ensayo que reflexionan sobre los problemas en que estamos inmersos o nos señalan rutas a seguir para no enredarnos en este laberinto que son las chácharas en que se han convertido las tertulias televisivas o radiofónicas.
“La resistencia al imperio de la actualidad viene de la memoria y de la imaginación”, afirma el profesor Esquirol. Y eso es lo que encontramos en los libros. Precisamente el gran valor del libro, según Borges, es que conserva la memoria del pasado e imagina diferentes futuros.   
Leer libros de reflexión es la única manera de defenderse de la dispersión. Los medios de comunicación, obligados a lo inmediato para despertar cada día el interés, no pueden tomar la distancia necesaria para pensar con total rigor. Ellos mismos son parte del torbellino en que estamos inmersos.  
Nuestra experiencia como lectores de ensayo comenzó hace ya seis años. Nos encontrábamos en una librería que tuvo que cerrar –signo de los tiempos que corren- y actualmente lo seguimos haciendo en una biblioteca con una perioricidad de mes y medio aproximadamente.
Precisamente, el libro que estamos leyendo en este momento, La resistencia íntima, es el que me da ocasión a esta reflexión.
Los que seguimos esta tertulia de libros de ensayo somos personas con intereses intelectuales muy diferentes, pero compartimos la afición a la lectura y la convicción de que hay que mirar la actualidad a cierta distancia para comprenderla mejor. Nos ayudan a reflexionar libros de filosofía, sociología, psicología, ciencia, etc… de algunos de los más lúcidos pensadores actuales. En este tiempo hemos comentado más de cincuenta libros de pensamiento

No es extraño el florecimiento de los clubes de lectura, tanto de narrativa como de pensamiento, porque leer y compartir reflexiones sobre lo que se lee no una moda sino una necesidad en un mundo arrastrado por la inmediatez propiciada por las nuevas tecnologías. 

jueves, 7 de enero de 2016

METÁFORAS Y "LECTURA FÁCIL"

En 2004, un año después de que apareciera el original inglés, editorial Salamandra publicaba El curioso incidente del perro a medianoche –Premio Whitbread- que ha resultado un éxito tanto de crítica como de ventas. Su autor, Mark Haddon, que ha dedicado buena parte de sus esfuerzos a escribir libros para niños y jóvenes, demuestra con esta novela que las fronteras entre la literatura juvenil y la de adultos cada vez son más permeables.
El protagonista, un chico de 15 años, se presenta así: “Me llamo Christopher John Francis Boone. Me sé todos los países del mundo y sus capitales y todos los números primos hasta 7.507.” A continuación, traza dos dibujos de rasgos sumamente simples y explica que su profesora Siobhan tuvo que enseñarle que uno de ellos significa “triste” y el otro “contento”, pues él no comprendía por sí mismo algo tan sencillo. Christopher odia el color amarillo, el marrón y el contacto físico. Además, ama a los animales por unas razones  tan simples como estas: “Me gustan los perros. Uno siempre sabe qué está pensando un perro. Tiene cuatro  estados de ánimo: contento, triste, enfadado y concentrado. Además, los perros son fieles y no dicen mentiras porque no hablan.
De esta forma descriptiva Haddon traza el cuadro de una persona que padece una de las formas de autismo tipificada como síndrome de Asperger. Estas personas, que suelen ser muy inteligentes y está dotadas de una gran capacidad de abstracción, tienen en cambio serias dificultades se socialización y de relación, y sufren –este es el detalle que más me interesa aquí- una incapacidad manifiesta para la comprensión de las formas metafóricas del lenguaje. Este no es un problema menor porque la metáfora no supone solo un embellecimiento retórico sino que forma parte del lenguaje cotidiano y afecta al modo en que percibimos, pensamos y actuamos.
La peripecia de la novela es lineal y relativamente simple. Se trata de una historia policiaca en la que está en juego una búsqueda que irá destapando un problema familiar. No obstante, el protagonista, al desvelar ciertos aspectos de su familia, pone patas arriba el mundo de los adultos quienes, aun en medio de una convulsión que rompe los vínculos fundamentales, tratan de buscar componendas.
El texto se presta a mucho análisis que con toda seguridad se irán haciendo porque Haddon ha dado vida a uno de los personajes más originales de la literatura juvenil reciente en una historia realmente polisémica. Pero lo que me interesa aquí es llamar la atención sobre un aspecto concerniente al lenguaje que se pone de manifiesto precisamente por la incapacidad del personaje tanto para comprender como para utilizar expresiones metafóricas.
El autor tiene el gran mérito de contar una historia con instrumentos mermados –se veta la utilización de metáforas–, al haberse autoimpuesto narrar en primera persona a través de un personaje del perfil psicológico descrito. Los que, como Christopher, padecen el síndrome de Asperger tienen una casi total dificultad de comprensión de algunas de las funciones simbólicas del lenguaje. O sea, solo son capaces de interpretar las metáforas que ya conocen porque se las han explicado previamente. Las demás las interpretan en sentido literal. Por ejemplo, si se habla de «estirarse de los pelos», entenderán la frase como el movimiento físico de tirar de esos apéndices filamentosos con que suelen estar coronadas las cabezas.
Si no entienden las metáforas, naturalmente tampoco son capaces de utilizarlas. Al escribir la novela en primera persona, Haddon ha de lidiar con esa limitada capacidad de expresión del protagonista. Por tanto, se ha de reprimir para no hacer uso si siquiera de aquellas metáforas más simples que han cristalizado en el lenguaje común.
El mismo protagonista es consciente de esa limitación lo que le lleva a hacer afirmaciones como la siguiente: “Por ejemplo, si la gente dice cosas que para mí no tienen sentido, como “Estás como una verdadera cabra” o “Te estás quedando en los huesos”, hago una Búsqueda y compruebo si he oído decir eso antes». O sea, Christopher se ve obligado a acudir su memoria lingüística, aprendida a través de su profesora, para comprender correctamente esas pequeñas metáforas que para el común de los lectores son tan sencillas porque están fosilizadas en el lenguaje corriente.
La lectura de este libro me ha provocado una reflexión –que debe de ser una obviedad pero en la que yo no había caído- que me ha ayudado mucho a la hora de afrontar la reescritura de un texto para una colección de Lectura Fácil.
La reflexión es la siguiente: para que un texto resulte realmente fácil, y por tanto sea de lectura placentera para un lector poco habituado a leer en general o no acostumbrado a leer en una determinada lengua que conoce poco, la condición esencial no es tanto la reducción del léxico o la simplicidad sintáctica; la barrera más difícil de superar es la comprensión de las metáforas.
Una persona cuya lengua materna está muy alejada de aquella en la que intenta leer tiene la gran dificultad de que las formas metafóricas cristalizadas en su lengua tienen poco que ver con las de la nueva lengua en que trata de leer. Su dificultad para comprender es semejante a la de Christopher, aquejado del síndrome de Asperger, que tiene que recurrir a rastrear en su memoria lingüística a ver si ya ha topado antes con esa metáfora.
Si nunca se topó con ella o no la llegó a registrar en el disco duro de su memoria, esa frase le resultará muy difícil de comprender o le será simplemente incomprensible. Por tanto para que ese hipotético lector vaya penetrando sin dificultad en una lengua, le será útil leer textos despojados totalmente o ligeros de expresiones metafóricas. De lo contrario, si no posee una determinada metáfora en su bagaje lingüístico de ese idioma, será incapaz de traerla a la pantalla de su mente y, por tanto, la dificultad de comprensión de determinados párrafos será insalvable.
La prueba la hice –por indicación de una profesora de inglés y convido a hacerla a cualquiera– leyendo este texto de Haddon en inglés. La versión original The curious incident of the dog in the night-time me resultó de lectura casi transparente aun sin tener un gran dominio de ese idioma. Para lograr una lectura comprensiva del mismo apenas surgen otras dificultades que las lagunas de léxico que uno pueda tener, que a menudo son subsanables por el contexto. Por las razones antes aducidas, creo que este libro hace patente que la facilidad de lectura de un texto estriba en gran parte en la limitación de figuras literarias, en especial las metáforas.
Esta constatación realizada a través de la lectura de El curioso incidente del perro a medianoche despejó muchas de mis dudas al encarar la reescritura del texto para Lectura Fácil. Estoy convencido de que la depuración de expresiones metafóricas facilita mucho más la lectura que le reducción de léxico o la simplificación de la sintaxis de las frases.

Ya se sabe que la lectura no es una carrera rápida y corta, sino una prueba de obstáculos o de fondo. Pero el entrenamiento gradual y una adecuada pedagogía hacen que las vallas que hay que saltar acaben por no notarse.