Acabo de leer un libro de Jacques Bouveresse titulado El
conocimiento del escritor, (Ediciones del Subsuelo, Barcelona 2013).
Todo él gira en torno a la pregunta de si la literatura ofrece alguna forma de
conocimiento específica que valga la penar tener en cuenta.
El autor viene a decir reiteradamente que la literatura no
ofrece afirmaciones proposicionales, pero que aporta elementos de conocimiento
práctico sobre la vida. Y los aporta aunque el autor se haya propuesto solo
mostrar “cómo vivimos” mediante la descripción de la vida de los personajes evitando
todo juicio moral. Bouveresse afirma que el comportamiento de los personajes siempre
provoca en el lector reacciones positivas o negativas de naturaleza moral. Y citando
a la pensadora americana Marha Nussbaum, se reafirma en la idea de que las
creaciones literarias aportan respuestas a la pregunta: “¿Cómo vivir?” Ese es
el conocimiento específico que contienen.
Mi práctica literaria se ha ceñido a la escritura para
niños y adolescentes, un campo acotado y pretendidamente dominado por la pedagogía
porque los niños aún están cautivos en el mundo escolar. A menudo la práctica
de la lectura que se propone en las escuelas se hace en textos casi exclusivamente
de cariz lúdico, con el pretexto de que los niños “no se aburran” y no
abandonen la lectura. No es que minosvalore lo que puede decir la pedagogía
sobre cómo ha de ser el proceso lector del niño para que este se consolide,
pero creo que sobre la función que han de hacer en sus vidas los textos que
leen ha de ser la misma que hace la literatura de adultos. Ha de mostrar cómo
vivir. Ese conocimiento específico no se
les ofrece en otras materias. Por eso recelo de quienes evitan formular las
mismas preguntas de fondo que se hace cualquier persona porque creo que los
niños merecen una respuesta a esas preguntas que también se hacen. No hacerlo
así, contribuye a mantener infantilizada la literatura para niños. Decir que
aún no es necesario hacerse esas preguntas ofrece una coartada fácil a los
autores que escriben solo “para divertir” o “para hacer reír”. Hay muchos
libros que no buscan la distracción y el
entretenimiento, pero les despiertan su interés porque, en definitiva, responden
a la pregunta ¿cómo vivir?
Maurice Sendak escribió sobre su infancia: “Recuerdo mi
infancia… Sabía cosas terribles. Pero sabía que
no podía permitir que los adultos supieran que lo sabía. Los habría
asustado.” Trató de preservar esa memoria emocional, dando forma a la fantasía
de millones de niños, porque pensaba que ese mundo interior iguala a los niños
de todos los países aunque los escenarios de sus vidas sean tan variados como
los lugares geográficos.