martes, 1 de marzo de 2022

EL LIBRO: EL OBJETO

 «El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor. El libro ha superado la prueba del tiempo…»  Umberto Eco

No se pueden cantar las bondades del libro de forma más concisa, ajustada y contundente que como lo ha hecho el escritor italiano. Ese genial artefacto permite, a través de los signos tipográficos impresos en sus páginas, que una información llegue a la mente de quien sabe interpretarlos.

Un cuento, un informe, un relato, un  novelón caben en unas gavillas de hojas de papel encuadernadas, la forma más cómoda, barata y eficiente que hemos hallado para acumular palabras. Es un invento genial para guardar esos soplos del aire que salen de los pulmones y que, modulados por la laringe, hacen vibrar las cuerdas vocales.

Desde el comienzo de la humanidad uno de sus grandes retos era transmitir la imaginación y la memoria. Se logró concentrando ese aire modulado, las palabras, en signos que fueran comprendidos por muchas personas. De esta manera pudieran perdurar.

Ese soberbio invento, la escritura, sin el que las ideas se hubieran volatilizado, precisaba de un objeto en que consignarla. El más perfecto ha sido el libro. Sin él, esas voces habrían pasado de boca a oreja, pero no habrían podido conservarse ni ser comunicadas a personas lejanas. Por suerte, las voces de los pensadores y los poetas han quedado plasmadas en el papel y las podemos despertar a nuestro antojo y pasarlas tantas veces como queramos de los pulmones de un locutor al oído de quien le escuche.

El libro, ese genial soporte físico de la memoria, solo transmite información a quien lo tiene en sus manos, le presta atención y lo lee. Solo así activa el intelecto de quien es capaz de interpretar esos signos. Y no solo transmite conocimientos sino que también provoca emociones. De otra manera no se entendería la fascinación que ejerce sobre ciertos lectores quienes, habiéndolas experimentado alguna vez, se convierten en lectores asiduos.

Los que venden los libros, los libreros, son magos que trafican con retazos de vida, de pensamientos y de emociones, que pueden acompañar y guíar la vida de sus clientes. Este es un viejo y noble oficio.

El libro no es un objeto neutro. Pretende atraer el interés, excitar la curiosidad. Por eso lo diseñan para hacerlo atractivo. Todos sus elementos materiales –las tripas, las tapas, las guardas, etc-, el diseño de la cubierta, la tipografía, las ilustraciones, los textos de su contracubierta, tratan de seducir. Y realmente realzan su belleza, aunque muchos lectores se sumergirían en sus páginas sin importarles su aspecto exterior.

La función de su elegante presentación no es solo hermosear el objeto, sino también orientar la lectura en determinado sentido. El editor trata de mostrar que lo que ofrece responde a las preocupaciones y a la estética apreciada por la sociedad  en ese determinado momento. Eso no es forzar su contenido, ya que todo libro, especialmente todo buen libro, es polisémico. No está mal realzar y poner énfasis en aquello que más llama la atención en cada momento. Los clásicos tienen en grado eminente esa virtud: se leen siempre como si hablaran la lengua de cada época y reflexionaran sobre sus problemas.

La fascinación que ejercen los libros en muchos lectores es muy grande. Al entrar en una biblioteca, estos experimentan emociones parecidas a las de quien se sienta en un banco de una catedral donde todavía se percibe el incienso que se ha utilizado en la ceremonia acabada de celebrarse. El lector acaricia los lomos de los libros, abre sus páginas, las recorre con la vista, las contempla… Aprecia su tipografía, las ilustraciones que los adornan, se fija en los paratextos que son como el cuño del editor. Los libros no solo se leen; son también objeto de contemplación.

Los libros se presentan de muy diversas formas. Algunos tienen el aspecto de objeto precioso cuyo valor está en su hechura, sus tipografías, sus adornos, su encuadernación… A veces son el tesoro de una familia que va pasando de padres a hijos.

Más incluso que la rueda, el libro ha sido un instrumento crucial en el desarrollo humano. Es uno de los grandes patrimonios de la humanidad. Ha permitido la difusión del conocimiento a gran escala. Tanto si se utiliza para afianzar las propias ideas como para derrotar las de otros, el libro se ofrece a cualquiera a precio razonable. Silencioso y discreto, no es arrogante ni se queja aunque lo traten mal. Está al alcance de todo aquel que desee abrirlo y dedicarle un tiempo. Eso sí, no se conforma con que le echen una ojeada, prefiere que lo lean reflexivamente tanto si quien lo hace está de acuerdo con él como si le discute sus ideas.

El libro, ese pequeño objeto, es un invento difícilmente superable.