miércoles, 10 de abril de 2019

LA LECTURA Y LA MÚSICA DE LA FE


Acabo de publicar un nuevo libro titulado La música de la fe. Que no deje de sonar. (Ed. Claret) No es de narrativa. Es una reflexión sobre la transmisión entre generaciones. En concreto la de mis convicciones religiosas.
Eso se hace normalmente cuando uno, en su trayecto biográfico, tiene más camino recorrido que el que me queda por hacer. Es normal que me detenga ahora a mirar mi propia cartografía vital, consciente de que dejo descendencia y pensando precisamente en ellos, en mis nietos.
No puedo sino estar agradecido, por supuesto, a las personas que me han acompañado empezando por mis padres, pero aquí quiero resaltar mi reconocimiento a las lecturas que me han orientado en la vida y me han ayudado a crear y a alimentar mi mundo simbólico. Sin ciertas lecturas, yo sería otro.   
Este libro va de eso, de la transmisión de ese mundo a mis nietos (y a nietos de otros abuelos) ya que, en ciertos aspectos como la fe religiosa, soy consciente de que se ha roto la cadena de transmisión.
      En la Contra de La Vanguardia del 23 de febrero de 2019, la narradora y ensayista Bárbara Jacobs, viuda de Augusto Monterroso, exclamaba: “Ojalá creyera en Dios”. Lamentaba no haber tenido oído para la música de la fe. Otros, por el contrario, con esa sordera se sienten liberados de escuchar lo que consideran estridencias. Otros, entre los que me cuento, la escuchamos, aunque no siempre con placer, y deseamos que siga sonando.
Se ha producido una innegable ruptura de la tradición: la tradición humanista, la tradición socialista, la tradición cristiana… Esta en particular pasa evidentes dificultades. Mucha gente no se reconoce como proveniente del pasado y abierta al futuro. Se ha producido una clara fragmentación de la memoria. Estamos creciendo en el olvido. Sin embargo, es necesario recomponer la relación con el pasado en el campo cultural, político, social y religioso, aunque sin caer en la tentación de hacer un uso reaccionario de la tradición que consiste en basar la identidad en un calco del pasado. La identidad nunca cuaja definitivamente.
Nos hallamos situados en un fugaz e irresponsable presentismo, sin presencia del pasado y sin un horizonte de futuro “más humano, solidario, abierto, feliz e interesante” al que aspirar.
En toda transmisión se da un lugar de procedencia y un final de trayecto.
En mi caso, el lugar de procedencia fue una familia en que fe cristiana que se daba por sentada, era algo que creíamos garantizado. Pero esta fe sociológica, baqueteada por la crítica intelectual de todo tipo y por la oleada de opinión “líquida” que se iba alejando de ella, la he tenido que repensar mil veces y contrastar con la vida.
Mis nietos ese lugar de procedencia ya lo tienen más lejano, en los abuelos. Despiertan a la consciencia sobre este asunto con los pre-juicios que sobrevuelan nuestra sociedad.   
El final de trayecto actualmente ya no es un destino inevitable sino una elección personal. Esta solo se puede basar en la confianza que se funda en la veracidad de las instituciones y de las personas que creen. Pero precisamente la falta de veracidad de muchos creyentes –la mía en primer lugar- y de la misma iglesia hace que el final de trayecto, la fe, no sea una aspiración deseada por las  nuevas generaciones.  
Sin embargo, para construir el presente necesitamos el pasado ausente y el futuro soñado.
El contenido de la transmisión, ese pasado ausente, necesita ser recreado y contextualizado para que pueda ser recibido. Es lo que he tratado de hacer para vencer la quiebra de la confianza en los transmisores. El final de trayecto ni se da por garantizado ni es un futuro soñado. La transmisión se hace muy difícil, en muchos casos se trunca.
En un mundo de la cultura del yo, la religión a lo más es autoayuda, una vaga aspiración. Se aboga por una religión a la carta, psicologizada según las apetencias de cada uno. El cristianismo no es eso; su núcleo fundamental es el reconocimiento de Dios como Señor y la preocupación real por el otro, por mejorar la vida de los demás. Si a la religión se la desliga de la dimensión ética, se la desvirtúa.
Escribí este texto para que lo lean mis nietos cuando tengan la edad de entenderlo y de tomar el timón de sus propias vidas por sí mismos. Animado por amigos que consideraban que muchas personas están en mi circunstancia, lo ofrecí a una editorial que ha decidido publicarlo. Me animaban diciendo que muchas personas tienen nietos en circunstancias parecidas a las de los míos.
Es mi herencia intangible. La dejo abierta a quien quiera leerla porque también a mí algunas lecturas me han mantenido sensible a la música de la fe.