Montesquieu escribía: “Soy necesariamente
hombre…y soy francés solo por casualidad”.
Las personas crecemos y vivimos en el entorno real que nos ha tocado, donde se
dan los medios de vida que hacen posible nuestro desarrollo. ¿Se puede ir más
allá? ¿Cómo ir más allá de donde nos ha colocado el azar? ¿Cómo se halla el
hacia dónde y la energía para proyectarse? .
Nuestro mundo no solo es el de los objetos
que nos rodean, o sea las condiciones materiales en que se desarrolla nuestra
vida, que sin duda condicionarán el desarrollo de nuestras capacidades
personales y la posición social que llegaremos a alcanzar.
Las condiciones materiales en las que se alcanza
la condición de humano van acompañadas de todo un universo simbólico que
definirá nuestra identidad, creencias y aspiraciones. Si hipotéticamente, alguien no recibiera otro
influjo que el de su propia familia las posibilidades de aspirar a algo más que
aquello a lo que los suyos han aspirado serían muy limitadas.
Esa coyuntura ha sido la común durante
muchas generaciones de manera que toda ellas han tenido prácticamente el mismo
horizonte y no se han movido de él porque
su imaginario simbólico no apuntaba más lejos.
¿Cómo se rompe ese techo de cristal?
En primer lugar, diré que hay personas
que no quieren romperlo. Hay quien se
encuentra tan bien con lo que le ha tocado que no desea mirar más allá. Todas
las ideologías que exaltan lo identitario suelen ir por aquí. ¿Qué hay en ello?
¿Pereza? ¿Rutina? ¿Miedo a confrontarse con lo exterior?
Pero las personas más despiertas aspiran a
ir más allá de lo que les ha tocado a su alrededor. La lectura es una de las ventanas,
tal vez la mejor, que abre los ojos a
mundos insospechados.
Los textos de los grandes autores están
llenos de esos mundos porque, como escribía María Zambrano, “las grandes
verdades no suelen decirse hablando. (El autor), al esforzarse por escribir, va
dejando palabras más verdaderas. Va creando mundos que acompañan al mundo real
de cualquier persona. Estos mundos, le arropan, le protegen, pero también le
catapultan. ¡Cuántas personas han descubierto en el silencio de la lectura las
claves de lo que les estaba ocurriendo y que tal vez les torturaba! ¡Y cuántas
personas, sobre todo, adolescentes y jóvenes, en la época en que se lee con
pasión han descubierto el trampolín desde el que proyectarse y el objetivo que
desean alcanzar!”
El proceso de maduración de cualquier joven
se ve estimulado por determinadas lecturas que crean a su alrededor mundos
complementarios que enriquecen su mundo real. Sin ellas, ni siquiera hubiera
logrado conocer su existencia.