“Un día
a un lado de la carretera, desde la ventanilla de un coche (no recuerdo
ya el destino de aquel viaje), vi un cartel. La visión no pudo haber durado
mucho tiempo; tal vez el automóvil se detuvo un instante, quizás sólo redujo la
velocidad lo suficiente para que yo viera, de gran tamaño y semejantes a una
aparición, formas similares a las de mi libro, pero formas que no había visto
nunca antes. Supe, sin embargo, de
repente, lo que eran; las oí en mi cabeza; se metamorfosearon, dejaron de ser
líneas negras y espacios blancos para convertirse en una realidad sólida,
sonora, plena de significado. Todo aquello lo había hecho yo solo. Nadie había
hecho por mí aquel acto de prestidigitación. Las formas y yo estábamos solos,
revelándonos mutuamente en silencio, mediante un diálogo respetuoso. El haber
podido transformar unas simples líneas en realidad viva, me había hecho
omnipotente. Sabía leer.
Ignoro
qué palabra fue la que leí en aquel cartel de hace tantos años, pero la sensación
repentina de entender lo que antes sólo era capaz de contemplar es aún tan
intensa como debió serlo entonces.”
Así
cuenta Alberto Manguel en Una historia de
la lectura (Alianza editorial) cómo quedó fascinado al comprender que sabía
leer.
Pues
bien, muchos educadores y muchos padres se preguntan con preocupación cómo
pueden ayudar a que salte esa chispa que despierte en el niño, en su propio
hijo, la curiosidad por saber qué misterio esconden los signos escritos que
aparecen continuamente y de mil formas ante sus ojos. A ese insigne lector que
es Alberto Manguel la primera palabra que leyó la captó en un huidizo cartel
desde la ventanilla de un coche. Un grupo de madres que llevan a sus hijos al
colegio Puig d’Agulles de Corbera de Llobregat me hacían esa misma pregunta. El
discurso que se elabora actualmente para contestarla se centra en hacer ver que
el adulto ha de participar con el niño de mil maneras en su propia aventura de
búsqueda de lo que se esconde bajo cualquier signo gráfica. Está muy constatado
que la afición a la lectura nace por contagio. Pero el niño sólo seguirá al
adulto si éste despierta su curiosidad y le transmite entusiasmo. En estas tres
palabras está la clave: contagio, curiosidad, entusiasmo.