viernes, 16 de diciembre de 2016

FASCINACIÓN DE LA PRIMERA PALABRA LEÍDA

 “Un día  a un lado de la carretera, desde la ventanilla de un coche (no recuerdo ya el destino de aquel viaje), vi un cartel. La visión no pudo haber durado mucho tiempo; tal vez el automóvil se detuvo un instante, quizás sólo redujo la velocidad lo suficiente para que yo viera, de gran tamaño y semejantes a una aparición, formas similares a las de mi libro, pero formas que no había visto nunca antes. Supe, sin  embargo, de repente, lo que eran; las oí en mi cabeza; se metamorfosearon, dejaron de ser líneas negras y espacios blancos para convertirse en una realidad sólida, sonora, plena de significado. Todo aquello lo había hecho yo solo. Nadie había hecho por mí aquel acto de prestidigitación. Las formas y yo estábamos solos, revelándonos mutuamente en silencio, mediante un diálogo respetuoso. El haber podido transformar unas simples líneas en realidad viva, me había hecho omnipotente. Sabía leer.
Ignoro qué palabra fue la que leí en aquel cartel de hace tantos años, pero la sensación repentina de entender lo que antes sólo era capaz de contemplar es aún tan intensa como debió serlo entonces.”
Así cuenta Alberto Manguel en Una historia de la lectura (Alianza editorial) cómo quedó fascinado al comprender que sabía leer.

Pues bien, muchos educadores y muchos padres se preguntan con preocupación cómo pueden ayudar a que salte esa chispa que despierte en el niño, en su propio hijo, la curiosidad por saber qué misterio esconden los signos escritos que aparecen continuamente y de mil formas ante sus ojos. A ese insigne lector que es Alberto Manguel la primera palabra que leyó la captó en un huidizo cartel desde la ventanilla de un coche. Un grupo de madres que llevan a sus hijos al colegio Puig d’Agulles de Corbera de Llobregat me hacían esa misma pregunta. El discurso que se elabora actualmente para contestarla se centra en hacer ver que el adulto ha de participar con el niño de mil maneras en su propia aventura de búsqueda de lo que se esconde bajo cualquier signo gráfica. Está muy constatado que la afición a la lectura nace por contagio. Pero el niño sólo seguirá al adulto si éste despierta su curiosidad y le transmite entusiasmo. En estas tres palabras está la clave: contagio, curiosidad, entusiasmo.