12 agosto 2015

¿LA LITERATURA TRANSMITE CONOCIMIENTO?

Acabo de leer un libro de Jacques Bouveresse titulado El  conocimiento del escritor, (Ediciones del Subsuelo, Barcelona 2013). Todo él gira en torno a la pregunta de si la literatura ofrece alguna forma de conocimiento específica que valga la penar tener en cuenta.
El autor viene a decir reiteradamente que la literatura no ofrece afirmaciones proposicionales, pero que aporta elementos de conocimiento práctico sobre la vida. Y los aporta aunque el autor se haya propuesto solo mostrar “cómo vivimos” mediante la descripción de la vida de los personajes evitando todo juicio moral. Bouveresse afirma que el comportamiento de los personajes siempre provoca en el lector reacciones positivas o negativas de naturaleza moral. Y citando a la pensadora americana Marha Nussbaum, se reafirma en la idea de que las creaciones literarias aportan respuestas a la pregunta: “¿Cómo vivir?” Ese es el conocimiento específico que contienen.
Mi práctica literaria se ha ceñido a la escritura para niños y adolescentes, un campo acotado y pretendidamente dominado por la pedagogía porque los niños aún están cautivos en el mundo escolar. A menudo la práctica de la lectura que se propone en las escuelas se hace en textos casi exclusivamente de cariz lúdico, con el pretexto de que los niños “no se aburran” y no abandonen la lectura. No es que minosvalore lo que puede decir la pedagogía sobre cómo ha de ser el proceso lector del niño para que este se consolide, pero creo que sobre la función que han de hacer en sus vidas los textos que leen ha de ser la misma que hace la literatura de adultos. Ha de mostrar cómo vivir. Ese  conocimiento específico no se les ofrece en otras materias. Por eso recelo de quienes evitan formular las mismas preguntas de fondo que se hace cualquier persona porque creo que los niños merecen una respuesta a esas preguntas que también se hacen. No hacerlo así, contribuye a mantener infantilizada la literatura para niños. Decir que aún no es necesario hacerse esas preguntas ofrece una coartada fácil a los autores que escriben solo “para divertir” o “para hacer reír”. Hay muchos libros que no buscan  la distracción y el entretenimiento, pero les despiertan su interés porque, en definitiva, responden a la pregunta ¿cómo vivir?

Maurice Sendak escribió sobre su infancia: “Recuerdo mi infancia… Sabía cosas terribles. Pero sabía que  no podía permitir que los adultos supieran que lo sabía. Los habría asustado.” Trató de preservar esa memoria emocional, dando forma a la fantasía de millones de niños, porque pensaba que ese mundo interior iguala a los niños de todos los países aunque los escenarios de sus vidas sean tan variados como los lugares geográficos. 

21 julio 2015

LECTURA E ILUSTRACIÓN MEDIEVAL

Un amigo con quien comparto reflexiones sobre la lectura me acaba de descubrir un libro que me ha resultado fascinante: Ivan Illich. En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al “Didascalicon” de Hugo de San Víctor, FCE, México, 2002 Los amigos con quienes compartes intereses tienen eso, que te sorprenden gratamente.
Para Illich, las reflexiones y la práctica de Hugo de San Víctor (comienzos del siglo XII) sobre la lectura dieron origen a lo que también George Steiner ha denominado “cultura libresca” que se convirtió en el núcleo de la religión secular de Occidente y el modo de transmisión de conocimientos en la misma Iglesia que se adentraba en la lectura escolástica orientada al conocimiento. Lo que había sido hasta entonces un texto informe para devotos bisbiseantes, a partir de la generación de Hugo de San Víctor se convierte en un texto ordenado y preparado para el estudio. El que lee estos textos presentados de esa forma más moderna busca el mensaje, el significado, no se conforma con recitar textos que no llegan mucho más lejos que a su oído.
Uno de los efectos de esa evolución es que las páginas, que se empiezan a diseñar con títulos o se ordenan alfabéticamente para facilitar el estudio, también se comienzan a ilustrar. Esas ilustraciones reclamarán la atención del ojo tanto como el texto.
¿Qué función tienen las ilustraciones? Illich afirma que para los monjes tenían cinco funciones:
1 Dan dignidad a la página. Refuerzan el poder del mensaje de las palabras que allí aparecen. O sea, dignifican el texto.
2 Tienen el objetivo didáctico de ayudar a personas poco formadas a comprender lo escrito. Su imaginación se alimenta con esos dibujos mientras escuchan el texto.
3 La ilustración proporciona claves exegéticas e interpretativas al lector monástico.
4 Esas miniaturas se concebían como un acompañamiento del sonido de la voz de quien leía. Nunca eran un esquema para retener el contenido, como suele ocurrir en los libros actuales de conocimientos.
5 También tenían un fin práctico; esas ilustraciones servían de recursos mnemotécnicos para recordar lo que venía a continuación. Las ilustraciones reforzaban el poder de la memoria.
De todas formas, ese paso no se dio sin resistencias. Bernardo de Claraval intenta que los cistercienses no utilicen libros ilustrados porque considera que suponen una intrusión de lo sensual en un texto orientado a la devoción y al conocimiento. Los que actualmente abogan por los textos limpios, sin ilustración, lo razonan diciendo que es el lector el que ha de recrear el texto en su propia mente sin ser guiado por las imágenes con las que lo representa un ilustrador. Eso lo consideran un empobrecimiento.

No está de más traer a colación reflexiones como estas de Ivan Illich porque pueden ayudar a reflexionar sobre la función de la ilustración en los libros, en especial en los libros para niños. No es un tema que empezó a discutirse ayer como puede parecer oyendo a ciertas personas.

11 julio 2015

PSICOPOLÍTICA

Las circunstancias o mi incapacidad para seducir a personas para que me acompañaran en un proyecto de lectura de libros de ensayo hizo que este tardara en cuajar.
Pero ya hace seis años, después de tres intentos fracasados, comencé a animar en Molins de Rei, el pueblo de 25.000 habitantes donde vivo,  una tertulia de ensayo. Yo necesitaba leer a pensadores que iluminan este momento histórico. Solo allí uno puede alcanzar una visión de medio o largo alcance capaz de sopesar con cierta lucidez los acontecimientos que vivimos y los que se avecinan. El foco sobre la realidad que pone cada día la prensa, aunque sea variada y crítica está tan pendiente de la inmediatez que no permite ver el conjunto.
Son bastantes las personas que se hacen este planteamiento. El problema es encontrar la manera de aunarlas y de esa decisión con continuidad.
Lancé la idea por correo electrónico a unas cincuenta personas conocidas que imaginaba lectoras, las animé a leer un libro y las convoqué a comentarlo. Así empezamos. Primero en una prometedora librería, que tuvo que cerrar, y después en la biblioteca cuya bibliotecaria, Montse Vega, se implicó en el proyecto desde el principio. En seis años hemos leído medio centenar de libros de los que otean el horizonte de la sensibilidad y del pensamiento moderno: libros de sociología, pensamiento, psicología, neurología y ciencia en general… Muchos de ellos son los títulos que citan a menudo los columnistas de los grandes diarios, creadores de opinión, para hacer su diagnóstico de la realidad.
El último que hemos comentado, el 30 del pasado mes de junio ha sido Psicopolítica, del filósofo coreano Byung-Chul Han que, como se sabe, escribe en alemán. Sus breves libros los está traduciendo sistemáticamente Herder a medida que crece el interés por el pensamiento de este autor.
Según Han, inmersos en este universo de la economía y del pensamiento neoliberal, creemos que no somos sujetos sometidos (sujeto es estar sometido) sino personas que miramos al futuro con un proyecto libre. Pues bien, según él, resulta que el autónomo, el empresario de sí mismo, se explota más a sí mismo que los que estaban sometidos a la presión de deber que emanaba de otros. La sociedad de la transparencia, lograda por seducción, está aportando tantos datos sobre la psique colectiva que, ese conocimiento que se acumula a base del cruce de informaciones -los Big Data- permite penetrar incluso en el subconsciente de las personas y dominarlas sin que ellas lo adviertan. Creyendo incluso que estamos realizando el gran relato de nosotros mismos y de nuestra colectividad, de hecho estamos siguiendo en gran medida el dictado de otros.
Este interés por el pensamiento ¿cómo se compagina con escribir para niños? No es que tenga dos vidas mentales. Simplemente pienso que esta literatura, si es consciente, a pesar de su aparente ingenuidad, no ha de estar al margen del pensamiento. El esfuerzo por tener una cosmovisión lo más lúcida y completa posible de nuestro mundo siempre será una base para escribir aunque eso no decida el nivel artístico que uno logra.

El acierto en la creación de estos relatos, su valor literario, la capacidad de emocionar y de comunicar no depende del esfuerzo por analizar el mundo en el que crecen los niños, pero estoy seguro que esto no juega en su contra. Por desgracia, muy a menudo el contenido de los textos de éxito es de una desesperante banalización. Aunque el conocimiento del pensamiento moderno no va a avalar un texto literario, estoy seguro que no lo va a empobrecer. En definitiva, me gusta implicarme en los dos campos que  no están tan alejados como puede parecer. Por eso estoy muy agradecido a los contertulios que me acompañan en esta aventura de lecturas de pensamiento. 

21 mayo 2015

LITERATURA PARA NIÑOS: CULTURA Y ENTRETENIMIENTO

La función principal del arte, y de una manera muy clara de la literatura, es cultivar la conciencia, desarrollar el sentido de lo que el hombre es como ser humano y mantenerlo vivo. Pocos osarían contradecir esta afirmación.   
Pero algo que cae por su propio peso parece que, en la práctica, se pone en entredicho. De hecho, con  la sana intención de ensanchar la base del número de lectores, se tiende a ofrecer textos que se proponen entretener, sin tener en cuenta si contribuyen o no a elevar el nivel cultural de los mismos.
¿Ocurre esto especialmente en la literatura infantil y juvenil?
A esto voy. En temas capitales como este, me gusta hacerme las mismas preguntas que nos hacemos hablando de los adultos.  
La cultura no es un corpus estable y consolidado. Sus límites no están bien definidos por lo que hay quien traza su perfil en lugares muy diferentes. Esto viene condicionado, en primer lugar, por el hecho de que la cultura abarca muchos campos y los conocimientos en cada sector son tan vastos que  no se encuadran fácilmente. Todo conocimiento contribuye a formar una conciencia humana más afinada. Por otro lado, tampoco se puede hacer una gradación clara de los niveles de cultura que se han de lograr en cada edad.  
No obstante, está claro que el cultivo de lo que nos hace personas es progresivo. Por tanto, media toda una pedagogía para progresar en la consciencia; ejercicio que dura toda la vida. La edad, que nos va concediendo automáticamente la madurez física, no nos concede de la misma manera la madurez cultural. El proceso de apropiación de la cultura es apasionante pero también arduo. En términos generales, para que sea exitoso ha de ser intencionado. Y lo ha de ser también en una de las actividades que más contribuyen a crecer culturalmente, la lectura.
Por eso engaña quien pretende reducir la lectura a ser entretenimiento más para el tiempo libre, a lo que va ligado solo al placer. La práctica de la lectura exige cierta iniciación y una dedicación continuada, y, hasta me atrevería a decir, cierta sistematicidad.
Los textos que piensan en el niño como lector implícito han de ser en primer lugar, interesantes, seductores. Naturalmente. De lo contrario, si no les atraen esas historias, los niños abandonarán la lectura. Pero, si esos textos no cuentan historias verdaderas, sean realistas o imaginativas, tampoco les dejarán ningún poso y no les habrán ayudado a crecer. Con esto no me estoy refiriendo a que deban contener moralejas o “valores” más o menos explícitos. Basta que sean historias que exijan un mínimo de reflexión porque ponen al lector ante encrucijadas en las que tiene decidir. En resumen, han de ser narraciones que dejen preguntas en el lector.

El nivel de las estas sí que habrá que medirlo. No pueden ser tan tontas que tomen al niño lector por imbécil; él lo nota aunque tal vez no sabría explicitar lo que le hace rechazar aquel texto. Lo rechaza porque se siente minusvalorado. Pero tampoco pueden ser tal difíciles que planteen preguntas que están muy lejos de sus preocupaciones. En este caso, el lector joven desconecta porque aquello no va con él.

20 abril 2015

CONSUMIDORES, NO LECTORES

Así titulaba Alberto Manguel un artículo en El País Babelia el 18/4/2015. En él reflexionaba sobre esa pregunta que  a menudo se hacen algunos padres: «¿Por qué mis hijos no leen?» Tras citar la condición previa para ser lector: haber adquirido las habilidades necesarias para descifrar un texto, añadía:
“Existe otra etapa de este aprendizaje, y es esta la que nos convierte en lectores. Ocurre algunas afortunada veces, cuando un texto lo permite, y entonces la lectura nos lleva a explorar más profunda y extensamente el texto escrito, revelándonos nuestras propias experiencias esenciales y nuestros temores secretos, puestos en palabras para hacerlos realmente nuestros.”
Y después se preguntaba: «¿Por qué no somos capaces de crear más lectores verdaderos?» Y se respondía:
“La pregunta no puede hacerse de forma aislada, porque el problema de la enseñanza de la lectura se inserta en el problema mayor de los valores de la sociedad en que vivimos. (…) La llave que nos permitiría crear lectores es la misma que protege los valores de la sociedad en que vivimos. Y si esos valores alientan lo fácil, lo rápido y lo superficial, no podemos pretender que también alienten lo difícil, lo lento, lo profundo, las cualidades que definen el arte de leer.

Somos una sociedad mercantil que necesita, para seguir existiendo, consumidores y no lectores. La lectura inteligente y detenida puede alentar la imaginación y fomentar la curiosidad y, por tanto, hacer que  nos neguemos a consumir ciegamente.”  

27 marzo 2015

PODEROSA RAZÓN PARA LEER

Harold Bloom comienza su libro Cómo leer y por qué, publicado el 2000 en Anagrama, con esta declaración sobre la principal razón que le –nos- induce a leer. Entre otras razones que aducimos para leer y para incitar a otros a hacerlo, esta es la principal. La suscribo.

“No hay una sola manera de leer, aunque hay una razón primordial para que leamos. A la información tenemos acceso ilimitado, pero ¿dónde encontraremos la sabiduría? Si uno es afortunado, tal vez se tope con un maestro que lo ayude; pero al cabo está solo y debe seguir adelante sin más mediaciones. Leer bien es uno de los mayores placeres que puede proporcionar la soledad, porque, al menos según mi experiencia, es el más saludable desde un punto de vista espiritual. Hace que uno se relacione con la alteridad, ya sea la propia, la de los amigos o la de quienes pueden llegar a serlo. La invención literaria es alteridad, y por eso alivia la soledad. Leemos no solo porque  nos es imposible conocer a toda la gente que quisiéramos, sino porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la falta de comprensión y todas las aflicciones de la vida familiar y pasional.”

06 marzo 2015

POR QUÉ HE ESCRITO PARA NIÑOS

Me lo han preguntado y me lo pregunto. Y más, teniendo en cuenta que las lecturas que más me interesan son las de libros de ensayo. No tengo razones muy claras que pueda enunciar fácilmente.
Escribía Bachelar que “los libros no se hacen solamente con lo que sabemos y con lo que vemos. Tienen raíces más profundas.” Seguramente hay algo en mi inconsciente que me ha llevado a escribir este género de literatura. Tal vez asé he encontrado una manera de no dejar del todo de ser niño.
Como muchos de los que somos lectores, yo he alimentado en los libros mis sueños, o sea mi proyecto personal. Y ya que ni soy orador, ni deportista, ni me importa en demasía el dinero, ni tengo unas habilidades especiales para las relaciones sociales, como cualquier hambriento de lecturas, acabé escribiendo. Eso ocurrió cuando ya había alcanzado un cierto nivel de saturación de lecturas, más allá de los treinta años.
No me resultó artificial comenzar a escribir para niños ya que había recorrido con cierto provecho el camino de la traducción y la crítica de libros infantiles. Esa llegada gradual a lo que a la postre buscaba tal vez solapaba el deseo de reconquistar mi propia infancia. En todo caso lo hacía una vez que las lecturas y la vida vivida me hubieran dado una cierta perspectiva para regresar a ella con cierta lucidez.

Si me encontrara incómodo en el contacto con los niños, tal vez no habría persistido en este trabajo. El hecho es que sigo en él y en varios frentes al mismo tiempo.  Aquí ya hay una apuesta deseada y encarada con entusiasmo casi juvenil. Reflexionando sobre lo que hago, consciente de mis posibilidades y mis limitaciones, intento aportar a mis lectores una cierta visión reflexiva por no decir crítica, que me parece una palabra excesiva a estos niveles. Naturalmente dentro de unas formas lúdicas, porque el lector lo exige. Con palabras algo pretenciosas diría que intento construir el hombre en el niño. Un modelo de hombre hecho de libertad, lucidez, alegría, compromiso con sus semejantes…