“La biblioteca es una suerte de autobiografía. En la
proliferación de anaqueles hay un libro para cada instante de la vida, para
cada amistad, para cada desilusión, para cada cambio. Jalonan mis años como
esas piedras blancas que marcan la ruta de un peregrino.” Son palabras de
Alberto Manguel, que de muy joven, leía para un Borges casi ciego y que es una
de las personas que ha escrito las palabras más bellas sobre los libros y el
arte de leer. Las palabras citadas están contenidas en un artículo que apareció
en El País el 31 de agosto de 2002.
He puesto atención en ellas a raíz de una práctica que se
va imponiendo en los centros educativos que deseo comentar. Cada vez más se va
extendiendo la idea de socializar los libros en la escuela. En principio no
está mal: es preferible que corran muchos libros en una clase a que todos los
alumnos lean solo el mismo libro.
Pero eso puede tener consecuencias perversas: esos libros
que pasan de mano en mano de manera fugaz nadie los considera suyos. Pero el
libro es un objeto muy especial: ciertos libros te revelan tantas cosas de la
vida y de ti mismo que no son algo ajeno
a ti, sino que son parte de ti mismo; algunos son un hito muy especial en tu
vida. Tanto que forman parte de su biografía profunda. El conjunto de esos
libros que te han acompañado de una manera especial en el crecimiento son parte
de tu autobiografía. Te ayudan a contarte a ti mismo quién eres. Por eso creo
que el que haya bibliotecas de clase, no ha de hacerse contra la idea de poseer
libros personales. ¿Qué significa en el monto de los costes de la educación ir comprando
al niño o a la niña aquellos libros cuya lectura le han impactado? Sería muy
útil acabar la enseñanza obligatoria con esa pequeña biblioteca que ha contribuido
especialmente a su crecimiento. Esa biblioteca personal es, como sostiene
Manguel, “una suerte de autobiografía”. Quien la comienza de niño posiblemente
la continúa de adulto.
¿No será esa carencia síntoma de eso que denuncian obras
como Sin relato, de Lola López
Mondéjar, que viene a afirmar que “una de las más relevantes carencias del
individuo posmoderno es su pérdida de narratividad, la dificultad cada vez más
agudizada para contarse a sí mismo y
elaborar un relato.” A esa incapacidad para contar su propio relato va asociada
no solo la dificultad para poner en palabras el pensamiento, sino un déficit de
pensamiento y de imaginación.