Se van reduciendo o simplemente
eliminando los estudios humanísticos. En esta decisión de la maquinaria social subyace
la idea, como Zygmunt Bauman ha analizado en el campo de la sociología, de la
desaparición del sujeto: «La idea que prevalece en este momento en las
universidades es la de evitar las ideas (…) La clave reside en reducir el papel
de lo que es individual hasta anularlo»
Pero este proceso no va a seguir
sin resistencias. Ricardo Piglia, en El último
lector, abundaba en la idea de que “la lectura literaria ha sustituido a la
enseñanza religiosa en la construcción de una ética personal”. Se trata de
seguir manteniendo el yo y de escogerlo en la medida de lo posible. A menudo el
modo de vida que se elige vivir surge de modelos que se han conocido a través
de la lectura y que se busca repetir y realizar. El escritor argentino este proceso
lo ve en el Che Guevara. Lo que este se propone hacer en la vida nace de sus
lecturas. Antes de ser un revolucionario busca en las lecturas, consciente o
inconscientemente, ser un nuevo sujeto diferente del que era, ha creado por el
entorno burgués en el que nació y creció. Los trazos de personalidad que trata
de poseer los busca en los libros.
Los textos literarios han
acumulado y decantado valiosísima experiencia social que merece ser preservada
y trasmitida. Cada vez que se lee un texto que la contenga esa experiencia se
trasmite al lector.
El mismo Piglia recuerda ejemplos
reveladores de esta convicción. Recuerda, por ejemplo que el poeta ruso Ossip
Mandelstam, que murió en un campo de concentración de Siberia en tiempos de
Stalin, se consuela en sus últimos días leyendo textos de Virgilio a sus
compañeros de trágico destino.
Cualquiera que lee en serio
siente que la lectura le provoca cierta metamorfosis. Descubre en los libros modelos
para su transformación. O sea, la lectura es una práctica iniciática.
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