miércoles, 11 de diciembre de 2019

70.000 PÁGINAS LEÍDAS


Empecé esta web hace 5 años. Creo. Me ayudaron –mi habilidad digital sigue necesitando ayuda- a colocar en ella algo de lo referente a mi trabajo literario para información del posible curioso que se asomara a esa ventana. Ahí está mi discreto retrato profesional. Pero sobre todo quería hablar de una de las pasiones que no se me ha ido con los años: leer. Tampoco se me ha esfumado la afición al ciclismo pero esto ya no lo veo tan indispensable para vivir humanamente. Leer, en cambio, sí. En alguna medida, se vive como se lee. Mi intención era escribir solamente sobre la lectura en alguno de sus muchos aspectos. Hablar de mi mismo no tiene interés para nadie. Lo hubiera tenido tal vez para mi madre pero, desgraciadamente ya falleció. Pues bien, de vez en cuando he ido haciendo breves reflexiones sobre lo que significa leer y sus consecuencias. No son artículos eruditos, aunque trato de que sean bien informados, sino más bien existenciales y ocasionales. En realidad, lo que me gustaría sería trasmitir la pasión por la lectura porque abre caminos al pensamiento libre y fundamentado. El pensamiento libre desinformado corre demasiado. Lo que cada uno lea dependerá de muchas circunstancias, comenzando por los idiomas en los que es capaz de leer. Pero el que lee asiduamente poco a poco va afinando más en los criterios para afrontar la vida; desecha los libros insulsos y se va acercando a los que le ofrecen visiones más ricas de la vida y de las personas.
Lo que nunca pude imaginar era que el 10 de  diciembre de 2019 el ordenador, que todo lo contabiliza, me decía que se habían leído 70.000 páginas de esta web. La información sobre el número de personas que han accedido a esas pocas decenas de entradas sobre la lectura no aparece. Naturalmente serán muchas menos porque los más curiosos seguramente habrán leído más de una página. Esto me lleva a una reflexión sobre algo que veo corroborado con otros datos: que la lectura -al menos la lectura de libros-, al haberse hecho algo problemático, se ha convertido en un polo de atención. He observado que tal vez nunca como ahora han aparecido tantos libros que estudian la historia de la lectura y su función en la sociedad actual.  La lectura, según reiteradas reflexiones, está ligada a la pervivencia de la democracia.
A la vuelta de estos años en que he ido manteniendo a medio gas esta web no me fecilito de su calidad, evidentemente mejorable, sino de haber dado en el clavo en escoger un tema de evidente trascendencia. De otra manera no hubiera tenido tantos visitantes. No conozco el rostro de ninguno de ellos pero les agradezco la visita. Sospecho que tenemos la misma preocupación.    

jueves, 12 de septiembre de 2019

LA LECTURA, UN CAMINO


Leyendo Un home de paraula (La Magrana), un libro de Imma Monsó, encuentro una idea recurrente porque me permite referirme a un aspecto muy significativo de la lectura.
El personaje Jakob Magnus, después de realizar una acción que aquí no viene a cuento y que podría haber sido otra, acaba haciéndose la reflexión de que, después de ir pelando la cebolla, ha descubierto que la misma envoltura era la cebolla.
Esta es un excelente metáfora de la lectura: El lector se mete en un texto buscando por  capas lo que puede haber dentro. El mismo texto se lo va prometiendo continuamente. Cada nuevo descubrimiento le remite a otro que vendrá.
Cuando ya se ha recorrido todo el camino, o sea, cuando el lector ha levantado todas las capas una a una, se da cuenta de que precisamente lo que prometía la lectura era precisamente ese viaje.
El placer y el conocimiento solo se le concede y se le desvela al que ha hecho todo el camino.

miércoles, 10 de abril de 2019

LA LECTURA Y LA MÚSICA DE LA FE


Acabo de publicar un nuevo libro titulado La música de la fe. Que no deje de sonar. (Ed. Claret) No es de narrativa. Es una reflexión sobre la transmisión entre generaciones. En concreto la de mis convicciones religiosas.
Eso se hace normalmente cuando uno, en su trayecto biográfico, tiene más camino recorrido que el que me queda por hacer. Es normal que me detenga ahora a mirar mi propia cartografía vital, consciente de que dejo descendencia y pensando precisamente en ellos, en mis nietos.
No puedo sino estar agradecido, por supuesto, a las personas que me han acompañado empezando por mis padres, pero aquí quiero resaltar mi reconocimiento a las lecturas que me han orientado en la vida y me han ayudado a crear y a alimentar mi mundo simbólico. Sin ciertas lecturas, yo sería otro.   
Este libro va de eso, de la transmisión de ese mundo a mis nietos (y a nietos de otros abuelos) ya que, en ciertos aspectos como la fe religiosa, soy consciente de que se ha roto la cadena de transmisión.
      En la Contra de La Vanguardia del 23 de febrero de 2019, la narradora y ensayista Bárbara Jacobs, viuda de Augusto Monterroso, exclamaba: “Ojalá creyera en Dios”. Lamentaba no haber tenido oído para la música de la fe. Otros, por el contrario, con esa sordera se sienten liberados de escuchar lo que consideran estridencias. Otros, entre los que me cuento, la escuchamos, aunque no siempre con placer, y deseamos que siga sonando.
Se ha producido una innegable ruptura de la tradición: la tradición humanista, la tradición socialista, la tradición cristiana… Esta en particular pasa evidentes dificultades. Mucha gente no se reconoce como proveniente del pasado y abierta al futuro. Se ha producido una clara fragmentación de la memoria. Estamos creciendo en el olvido. Sin embargo, es necesario recomponer la relación con el pasado en el campo cultural, político, social y religioso, aunque sin caer en la tentación de hacer un uso reaccionario de la tradición que consiste en basar la identidad en un calco del pasado. La identidad nunca cuaja definitivamente.
Nos hallamos situados en un fugaz e irresponsable presentismo, sin presencia del pasado y sin un horizonte de futuro “más humano, solidario, abierto, feliz e interesante” al que aspirar.
En toda transmisión se da un lugar de procedencia y un final de trayecto.
En mi caso, el lugar de procedencia fue una familia en que fe cristiana que se daba por sentada, era algo que creíamos garantizado. Pero esta fe sociológica, baqueteada por la crítica intelectual de todo tipo y por la oleada de opinión “líquida” que se iba alejando de ella, la he tenido que repensar mil veces y contrastar con la vida.
Mis nietos ese lugar de procedencia ya lo tienen más lejano, en los abuelos. Despiertan a la consciencia sobre este asunto con los pre-juicios que sobrevuelan nuestra sociedad.   
El final de trayecto actualmente ya no es un destino inevitable sino una elección personal. Esta solo se puede basar en la confianza que se funda en la veracidad de las instituciones y de las personas que creen. Pero precisamente la falta de veracidad de muchos creyentes –la mía en primer lugar- y de la misma iglesia hace que el final de trayecto, la fe, no sea una aspiración deseada por las  nuevas generaciones.  
Sin embargo, para construir el presente necesitamos el pasado ausente y el futuro soñado.
El contenido de la transmisión, ese pasado ausente, necesita ser recreado y contextualizado para que pueda ser recibido. Es lo que he tratado de hacer para vencer la quiebra de la confianza en los transmisores. El final de trayecto ni se da por garantizado ni es un futuro soñado. La transmisión se hace muy difícil, en muchos casos se trunca.
En un mundo de la cultura del yo, la religión a lo más es autoayuda, una vaga aspiración. Se aboga por una religión a la carta, psicologizada según las apetencias de cada uno. El cristianismo no es eso; su núcleo fundamental es el reconocimiento de Dios como Señor y la preocupación real por el otro, por mejorar la vida de los demás. Si a la religión se la desliga de la dimensión ética, se la desvirtúa.
Escribí este texto para que lo lean mis nietos cuando tengan la edad de entenderlo y de tomar el timón de sus propias vidas por sí mismos. Animado por amigos que consideraban que muchas personas están en mi circunstancia, lo ofrecí a una editorial que ha decidido publicarlo. Me animaban diciendo que muchas personas tienen nietos en circunstancias parecidas a las de los míos.
Es mi herencia intangible. La dejo abierta a quien quiera leerla porque también a mí algunas lecturas me han mantenido sensible a la música de la fe.   

miércoles, 6 de marzo de 2019

LEER PARA SOÑAR E ILUSIONARSE


Solo es pedagogo de la lectura aquel a quien leer le entusiasma y es capaz de transmitir ese entusiasmo. Esta afirmación en palabras de un auténtico pedagogo de la lectura, Kepa Osoro, se desarrolla así:
"El placer de leer no es natural, pero sí la necesidad de soñar e imaginar. Por tanto, animar a los niños, a los jóvenes o incluso a los adultos a la lectura es derramar sobre ellos toda la magia, el sentimiento, la fascinación y la pasión que anida en las palabras escritas para conmover, enseñar y descubrir el mundo y para entender al hombre. Animar a leer es educar el paladar lector, abrirlo afinarlo…; es iluminar, ilusionar.
Lectura verdaderamente motivadora es la que transforma, la que emociona e, incluso, trastorna al lector. Animar a leer es hacer sentir el libro y la lectura como algo necesario desde distintas perspectivas: utilitarista, ideológica, formativa, académica, personal… Solo se contagia a aquello que se siente, que se ama, que nos hace vibrar. Solo la pasión discreta, serena, respuetuosa y sincera puede crear adictos a la causa de la lectura.”
Este texto aparece en La lectura en España. Informe 2002.